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CORRIDA DE BENEFICENCIA

'Victorinos' de lujo para un torero cumplidor

Una soberana corrida de toros trajo Victorino Martín para la Corrida de Beneficencia, y la sacó todo el partido de que era capaz Manuel Caballero, que es un torero cumplidor. Los toros embistieron de lujo y el torero asumió plenamente el compromiso de lidiar los seis en calidad de único espada, sin desfallecer nunca, y eso que sufrió casi de principios una seria voltereta.Distinto es cómo toreó. Hubo momentos de enorme emotividad, que fueron cuando echó el paso adelante, dio el pecho y toreó al natural. Y hubo otros que transcurrían sin apenas fundamento, por mor de la mediocridad pegapasista, a la que también dio Manuel Caballero amplia cancha.

Torear seis toros, con mayor razón si poseen el trapío y la casta que sacaron los victorinos, supone un gran mérito. Pero no basta. Hace falta además sentido lidiador, repertorio, gusto interpretativo. Y de esto no hubo mucho, la verdad. Avanzaba la corrida y allí sólo se veían derechazos y naturales, repetición de lo mismo, poco interés por lucir la bravura que los toros llevaban dentro.

Victorino / Caballero

Toros de Victorino Martín, con trapío y encastada nobleza. Manuel Caballero, único espada: estocada desprendida, rueda de peones y dos descabellos (oreja con protestas); pinchazo hondo caído, rueda vertiginosa de peones que tira al toro y dos descabellos (ovación y pitos también cuando saluda); estocada tendida trasera, rueda insistente de peones y dos descabellos (silencio); estocada (oreja); estocada tendida y descabello (ovación y pitos también cuando saluda); estocada (ovación). Salió por la puerta grande.Asistió el Rey, acompañado por el presidente de la Comunidad de Madrid. Se guardó un minuto de silencio en memoria del concejal asesinado en Rentería. Plaza de Las Ventas, 25 de junio. Corrida de Beneficencia. Tres cuartos de entrada.

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Luego entraban en liza los picadores y era como dejar suelta la barbarie. Los picadores que ahora se padecen constituyen un atentado permanente a la lógica de la lidia, un insulto al arte de torear. Sólo desde la irresponsabilidad y la estulticia se explica que a unos toros bravos, encelados y fijos, les pegaran aquellos alevosos puyazos traseros, y encima se pusieran a hacerles la carioca, y los acorralaran por donde las tablas sin permitirles ni defenderse ni desarrollar su instinto embestidor.

Manuel Caballero era espectador de estas tropelías, a las que nunca puso coto y por ahí empezaba a fallar su noble gesto de encerrarse con seis victorinos de aquí te espero. Los toreros modernos se las gastan así. Lo que se lleva es pegar pases, cortar las orejas, allá penas las lidias, las bravuras y los ritos de la tauromaquia.

Seguramente no es culpa de ellos en su conjunto: siguen la ley que han impuesto par de empresarios, cuatro figuritas con sus apoderados y ese club de criadores de borregos que manda en la fiesta. Mas alguien tendrá que rebelarse contra esta situación y devolver al toreo los valores esenciales que se encargó de corromper semejante mafia.

Uno hubiese apostado por Manuel Caballero en esta ocasión propicia que pudo ser histórica. Toros tenía para ello. El primero desarrolló una asombrosa fijeza en su humillado embestir, y al cabo de un trasteo irregular le ligó tres tandas de naturales templados, hondos y ceñidos, que entusiasmaron al público. El segundo sacó una encastada codicia que se hacía peligrosa cuando Caballero lo toreaba con el pico al ritmo del unipase, y al engendrar un natural sufrió una tremenda voltereta. El tercero se revolvía rápido, pasó a dificultoso, y desbordado en la faena, Caballero le dio pronta muerte.

El cuarto, único manso en el primer tercio, se recreció en los siguientes y para la muleta sacó una nobleza excepcional a la que hizo honor Manuel Caballero instrumentándole dos magníficas tandas de naturales impecablemente ligadas y abrochadas con pases de pecho soberanos, que volvieron a provocar los olés encendidos y levantar los entusiasmos.

Quinto y sexto victorinos se fueron sin torear como aquél que dice (por ejemplo algunos aficionados de potente voz lo decían). Caballero se afanó en pegarles derechazos y naturales con indudable pundonor, pero faltos de la templaza y la reunión que marca la técnica, y del sentimiento que demanda el arte.

Con la espada, en cambio, estuvo Caballero soberbio. No sólo por la seguridad al matar sino también por el impecable ajuste con que marcaba los tiempos del volapié. La estocadas contribuyeron grandemente a su merecido éxito. Y pues había cortado dos orejas, Manuel Caballero salió a hombros por la puerta grande, mientras la afición se marchaba a pie por la puerta pequeña, en paz y compaña, comentando lo torero que había estado Antoñete la tarde anterior.

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