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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Americano en Pekín

LA VISITA de nueve días que Clinton inicia a China va mucho más allá de las cuestiones bilaterales entre el país más poderoso del mundo y el más poblado. La razón es la imparable ascensión de China como un actor cada vez más importante en la escena internacional. Por citar sólo dos casos recientes, Pekín se ha mostrado dispuesto a cooperar con Washington tanto en la reciente escalada nuclear entre India y Pakistán como para aminorar los efectos del huracán financiero que se abate sobre Asia. China tiene una de las pocas divisas que no se han desplomado en el continente en el último año y nadie sabe si su ya gigantesca economía será la próxima en el dominó regional, lo que acarrearía consecuencias devastadoras. Su papel de ancla en esta tempestad económica es crucial.A cambio de su predisposición a actuar como socio responsable, Pekín tiene listo el catálogo de contrapartidas que quiere obtener de Washington: desde la supresión de las sanciones que todavía arrastra por la represión de Tiananmen, hace nueve años, hasta la vía libre para el ingreso en la Organización Mundial de Comercio o el cese de la insistencia norteamericana sobre el respeto de los derechos humanos, algo que irrita a los dirigentes chinos y que, por otra parte, Washington ha devaluado en la agenda de la visita. Pero, sobre todo, el presidente Jiang Zemin busca un compromiso firme de Clinton sobre Taiwan, su inequívoca adhesión a la política de "una sola China".

La provincia secesionista, de 21 millones de habitantes, es el verdadero núcleo duro de la política china. Washington se mostró tajante en marzo de 1996, cuando Pekín lanzó misiles que cayeron a pocos kilómetros de las costas de la isla, y sólo a partir de esa crisis, en la que el Pentágono manejó abiertamente la idea de una guerra, se produjo el punto de inflexión en las relaciones entre ambos países. Ese cambio ha desembocado en la idea de asociación estratégica, que hace las delicias de Jiang y con la que Clinton corteja ahora al gigante asiático. Pekín, por su parte, parece haber llegado finalmente al convencimiento de que el camino hacia la reunificación con Taiwan pasa inequívocamente por Washington.

El telón que cayó con la guerra de Corea y que sólo se levantó de nuevo con la visita de Nixon a la Gran Muralla, hace 26 años, se alza de nuevo en un contexto diferente. El sentimiento del sector más conservador de EE UU de que China es, una vez extinguida la URSS, el próximo gran enemigo planetario, convive en Washington con la arraigada convicción de que el Imperio del Centro es un factor decisivo de estabilidad mundial. No cabe esperar del viaje de Clinton, el quinto y más largo de un presidente estadounidense a China, grandes compromisos en materia de seguridad, sobre comercio o a propósito de Taiwan. Pero ha sido preparado por sus anfitriones como el encuentro diplomático de la década y ambos interlocutores buscan poner los cimientos de una cooperación constructiva cara al siglo XXI. Es decir, su lugar al sol en la historia.

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