La moda criminal
No sólo en España, en todas partes de occidente los asuntos judiciales ocupan cada vez más espacio en la información. En los periódicos, en las radios, en los telediarios, en los programas especiales de las emisoras de televisión, el asesinato, la violación, la corrupción política o económica, las palizas conyugales han ganado una relevancia desconocida.Entre 1991 y 1995, el tiempo consagrado a los delitos y crímenes en los grandes programas de las cadenas generalistas norteamericanas, ABC, CBS y NBC, se multiplicó por cuatro. Descendió a lo largo de 1996, con motivo de las elecciones presidenciales pero, enseguida, volvió a recuperar su progresión.
En España las noticias de sucesos se han multiplicado acaso por más de diez en los programas de televisión durante los años noventa y los periódicos han más que duplicado el espacio destinado a esa información en este tiempo. Con una particularidad añadida en buena parte de los casos: a diferencia de lo que ocurría hace veinticinco o treinta años lo que interesa a la audiencia es cada vez menos el criminal y más la víctima. Las niñas de Alcásser, Ortega Lara o Segundo Marey atraen más la atención que los atacantes, los secuestradores, los policías equivocados.
La eventual consideración del criminal como un héroe contemporáneo al estilo del clásico cine negro va girando hacia la contemplación de los importantes daños que genera en su víctima. Incluso, cada vez más, aparecen asesinos infantiles que siendo verdugos encarnan en ellos mismos, y mejor que sus agredidos, el papel de víctimas. Víctimas del sistema. Víctimas de una abstracción que viola, incendia y mata.
Después de ser culpable durante muchos años, la sociedad pasa a ser hoy el objeto-víctima. Víctima de las agresiones incontrolables de grupos que siembran la inseguridad ciudadana; víctima de las manipulaciones informáticas de grupos que escudriñan sin control nuestra intimidad; víctima de las especulaciones de un racimo de enormes corporaciones sin escrúpulos; víctimas de los designios de burócratas al frente de uniones supranacionales; víctimas del paro sin fin, de la enigmática hepatitis C, del sida, del cáncer, de los accidentes de tráfico, de las estafas de las gasolineras, de las comisiones de los bancos, de la publicidad, de la letra pequeña en los contratos, de las medicinas.
Antes había una dialéctica entre verdugos y víctimas concretada en la firme explotación de una clase por otra.Ahora, no obstante, al binomio de exterminio patrón-obrero, capital-trabajo, ha sucedido una ecuación penal que emplaza a la sociedad en una situación expuesta a la acción de un mal sin cabeza. En la actualidad se convoca un mayor número de manifestaciones y protestas contra la pedofilia, contra las violaciones, contra la discriminación homosexual, contra los drogadictos de un barrio o contra los terroristas que contra las formas de producción. De hecho, de esta última especie apenas hay alguna de vez en cuando, pese a que en Europa el desempleo es, en varias regiones, de niveles equivalentes al de los años de la Gran Depresión.
La criminalidad ha tomado el lugar de la explotación, la novela policiaca, el sitio de la historia social, el miedo, la plaza de la rebelión. En general, la población ha pasado de aspirar a algo parecido a una mudanza en la organización social a exigir, algo parecido a una simple limpieza. Con que se limpiaran los bajos fondos, los ministerios, las cuentas de las grandes empresas, los centros históricos de las ciudades y, de paso, Doñana o el río Segura ya andaríamos encaminados. El victimismo ha rebajado mucho la confianza subjetiva para pedir el cielo; basta con que no caigan más chuzos de punta. De igual modo, la meta ha dejado de ser un mundo solidario y nuevo; basta con que sea seguro y no huela muy mal.
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