Ni mucho ni poco
El principal obstáculo con el que se topan los encargados de elaborar los contenidos de las clases alternativas a la religión es que están entre dos fuegos. Es decir, si la asignatura que ofrecen a los laicos les aporta conocimientos esenciales, debería estar disponible "para todos", tanto para ellos como para los que cursan religión. Si es absolutamente banal, no sería más que una pérdida de tiempo para quienes han decidido no cursar religión y "para qué lo van a estudiar". Fuentes del Instituto Vasco de Desarrollo Curricular lamentan la actual situación. A su juicio, es un "callejón sin salida". O que al menos, exige una hábil decisión, capaz de contentar a todos, tarea difícil en este caso. Hasta ahora, los responsables de la política educativa en Euskadi se habían dedicado a elaborar una alternativa concreta a la religión. Ha sido la reciente sentencia del Tribunal Supremo la que les ha obligado a definir cómo serán las clase. Ante esta indefinición, durante las clases de religión los estudiantes laicos vivían situaciones "variopintas" en sus respectivos centros. Mientras algunas escuelas optaban porque los alumnos exentos de la asignatura estudiar en la biblioteca; en otros, aprovechaban esas horas para hacer trabajos encargados en otras asignaturas, se dedicaban a leer o dedicaban el tiempo a alguna materia ajena a la actividad académica. La sentencia del Supremo es, por ahora, el último capítulo en los avatares de la enseñanza religiosa. La fórmula adoptada por los socialistas en a comienzos de los 90 fue anulada por el Supremo hace cuatro años porque discriminaba a quienes cursaban enseñanzas religiosas. El nuevo decreto dejó descontentos a católicos y laicos. Y en enero del año pasado, el Supremo rechazó el posible contenido moral de las asignaturas religiosas.
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