Quién manda más
QUIENES ESTÁN dispuestos a todo con tal de demostrar quién manda en Asturias dieron ayer un paso más hacia el caos institucional en esa autonomía: tras forzar la división del grupo parlamentario en términos de «conmigo o contra mí», ese sector expulsó del grupo parlamentario al presidente y vicepresidente -éste, recién nombrado- del Gobierno del Principado, dando lugar a una situación institucional absurda y de difícil salida. Pero en algo acertaron: ha quedado claro quién manda en Asturias.El caos actual podría resumirse así: hay un Gobierno cuyo presidente dice que seguirá hasta las próximas elecciones, pese a que sólo cuenta con el respaldo de 5 de los 45 diputados del Parlamento regional; el PP, que tenía 21 escaños, cuenta ahora sólo con 16, por lo que ya no es el grupo mayoritario de la Cámara; para gobernar tendría que aliarse con el PSOE (17 escaños) o concluir alianzas aún más absurdas: con IU y una parte de los ahora arrojados a las tinieblas del grupo mixto. Para mayor trastorno, consta que el sector puesto en minoría en el grupo parlamentario cuenta, sin embargo, con el apoyo de la mayoría de los alcaldes del PP en la comunidad. En fin, todo un éxito de quienes han diseñado y ejecutado la operación de descabalgamiento de Sergio Marqués. Alguien debería responder de semejante desastre. Sobre todo cuando, pese a la insistencia de los afectados y la reiterada petición de los medios de comunicación, los dispuestos a todo siguen sin dar una explicación plausible de por qué era imprescindible cargarse a Marqués, incluso a riesgo de colocar a las instituciones en una situación imposible. Por supuesto, han dicho cosas, pero sus argumentos son pura tautología: Marqués debe dimitir porque ha perdido la confianza del grupo que le presentó, apoyó su investidura y sostuvo a su Gobierno. Pero eso es una constatación, no una razón. Si se les pregunta por qué ha perdido la confianza, dicen que porque no acata las decisiones del partido; por ejemplo, la de dimitir.
Insistiendo mucho, los informadores han conseguido que algún portavoz avance un poco más: no se coordinaba con el partido. Pero eso tampoco acaba de ser un argumento. Dependerá de sobre qué le pidiera el partido que se coordinase. Desde el caso de Alonso Puerta cuando pertenecía al PSOE hasta el de Garaikoetxea cuando era del PNV hay suficientes ejemplos que invitan a desconfiar de esa acusación de descoordinación. Una vez investido, el presidente de una comunidad no representa sólo a quienes le han votado, sino a todos los ciudadanos de ese territorio. Con frecuencia, las pretensiones clientelistas o de otro tipo de los aparatos partidistas entran en conflicto con esa función institucional. Mientras los rivales de Marqués no expliquen sus motivos, no hay, por tanto, razón para creerles bajo palabra. Por ejemplo, ¿qué motivo confesable pudo tener el vicepresidente Álvarez Cascos para vetar la presencia en un acto público del consejero de Fomento, Juan José Tielve?
Otras acusaciones, como la de ser incapaz de llegar a acuerdos con nadie o la de llevarse mal con todo el mundo («desde los sindicatos al arzobispo»), suelen ser invocadas a posteriori : cuando la ruptura es irreversible y con el objetivo de intentar neutralizar posibles críticas exteriores (de los sindicatos o los arzobispos, por ejemplo). Testimonios solventes aseguran que, ciertamente, Marqués es una persona bastante arriscada y poco dialogante, y que en eso se parece extraordinariamente a sus principales rivales dentro del PP. En todo caso, motivos insuficientes para justificar la despiadada ofensiva, caiga quien caiga, lanzada contra el presidente de Asturias. Sin duda es absurdo que Marqués pretenda seguir gobernando con el apoyo de cuatro fieles en un Parlamento de 45 diputados. Pero resulta cínico que quienes antes le acorralaron sin explicar por qué ahora le acusen de resistirse como una fiera acosada.
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