_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El diablo Cojuelo

Como todo el mundo sabe, cada 360 años, aproximadamente, vuelve a la Tierra el diablo Cojuelo. Desde su última estancia en los infiernos, donde regresó al meterse en la boca de un escribano, han cambiado muchas cosas en aquel Madrid que frecuentó a mediados del siglo XVII. Regresa a zona conocida, la buhardilla del astrólogo que le apresó en una redoma, de la que fue liberado por el estudiante don Cleofás. Por la calle de Desengaño, que poco ha cambiado. En esta ocasión no ha sido reducido por un nigromante, sino que viene como turista, aprovechando unas tentadoras ofertas. Tampoco existe el mago, ni rastro de retortas, cocimientos, fórmulas cabalísticas ni catalejos inquisidores, aunque prevalecía cierto desorden en el sotabanco. Una guitarra descordada, varios discos compactos fuera de la funda, el póster de una famosa modelo que prescinde de la ropa interior para conducir con mayor soltura un automóvil, medio cubriendo otro, bastante ajado, del Che Guevara; esquís con sus bastones, un casco de motorista abollado, latas vacías de cerveza, el envase de una pizza, una foto dedicada de Àlex Crivillé y algunos libros, apenas hojeados. Sí, allí vivía el estudiante, complutense por más señas.Ante la prolongada tardanza del inquilino fuese Cojuelo a dar una vuelta por los vecinos tejados, que no reflejan el paso del tiempo. Evitó los numerosos campanarios inmediatos, ahora enmudecidos. Apenas sale humo de las chimeneas, junto a las que se yerguen, como espadas, las antenas de las televisiones y el redondo escudo cóncavo de los receptores digitales. Se agota la primavera, que parece la misma de cualquier época: desapacible, sorprendente, traicionera, puerta de romadizos, catarros y corizas, que también afligen a los diablillos de segunda y tercera categoría.

Perdía Cojuelo la esperanza de que el estudiante compareciera; disipó las dudas, tras un sobresalto morrocotudo, el chirriante timbre del teléfono y una voz metálica que informaba: "No estoy. Me voy a La Manga unos días. ¡Que te folle un pez!", conciso mensaje que no logró descifrar por completo. Decidió, no obstante, aprovechar las vacaciones, embargado por una tierna nostalgia, que raramente contamina a los demonios de su condición. La visita, digo, ha tenido lugar en estos días, lo que le permitió contemplar los últimos festejos de la interminable Feria de San Isidro, bien distintos de aquellas corridas de toros por diestros caballeros en la plaza Mayor; el novedoso espectáculo de una muchedumbre confluyente en el Retiro para comprar libros, asombrándose de que hubiera tanto sabio y tan poco ignorante, desequilibrio de todo buen gobierno. Vivió jornadas de sobresalto cuando millares de motocicletas surcaron la ciudad para converger en el circuito del Jarama. Le recordó el concurrido averno, su morada. Decidió cumplir el objetivo de levantar tejados para observar el trajín de los humanos cuando creen encontrarse al abrigo de la mirada ajena y cometen las más famosas necedades. Se coló en una amplia estancia, poco iluminada, donde tenía lugar un extraño concilio de personajes. Lleva la voz cantante un hombre fornido, de rosados mofletes, que depositó un bastón o vara de mando en la mesa. Pronunció extrañas palabras, cuyo sentido le era vagamente familiar: "Señoras y señores concejales, delegado del Gobierno, autoridades. El acontecimiento que se avecina puede revestir otra vez caracteres catastróficos para nuestra ciudad. Están tomadas todas las medidas, incluso me he entrevistado con la máxima jerarquía religiosa de la diócesis, pero, lo digo puesta la mano en el corazón, ninguna previsión será ociosa, por extravagante que parezca. Solicito la indulgencia de los asistentes incrédulos y la colaboración de todos, suplicando el mayor sigilo y cautela en relación con lo que pretendemos. Ruego se contenga el comprensible impulso de filtrar esta noticia a los medios de comunicación, por su propia e increíble sustancia. En beneficio de la villa de Madrid, nos reunimos para impetrar de Lucifer, príncipe de las tinieblas, que la selección española de fútbol quede sólo finalista o semifinalista, no nos vengan con la Copa de campeones, aunque mal empezamos en Nantes. La Cibeles no lo resistiría, y nosotros, tampoco". Al diablo Cojuelo le dio un soponcio.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_