Malas vibraciones
NO PUEDE decirse que el Consejo Europeo de Cardiff haya sido una cumbre de trámite. Aunque todas las grandes cuestiones han quedado aplazadas hasta después de las elecciones alemanas de septiembre, se han iniciado algunas operaciones inquietantes para la cohesión del proyecto europeo. Sobre todo por parte de Alemania, que ha logrado que la declaración final recoja su exigencia de un reparto «más equitativo» de las cargas y un «mecanismo de corrección de los desequilibrios presupuestarios». Es decir, una rebaja de la contribución alemana a las arcas de la UE. Aunque el texto deja constancia de que otros Estados no están de acuerdo sobre este punto, la interpretación más plausible es que se ha puesto en marcha la cuenta atrás para ejecutar tal recorte.Este Consejo Europeo había quedado vacío de contenido tras el enorme esfuerzo que supuso lanzar el euro en mayo y la imposibilidad de tomar decisiones sustanciales sobre el futuro de Europa antes de las elecciones alemanas. Cardiff ha servido, sin embargo, a un Kohl electoralmente desesperado, a Chirac o a Blair, también a Aznar, para defender un discurso europeo más centrado en los intereses nacionales. Tal retorno al discurso nacional no deja de ser paradójico cuando se pone en marcha la moneda y empieza a funcionar el Banco Central Europeo, la primera institución cuasi federal de la Unión Europea.
Los Quince intentarán alcanzar un primer acuerdo sobre las cuentas de la UE para el periodo 2000-2006 en marzo de 1999. También discutirán otros aspectos decisivos de la llamada Agenda 2000. Este calendario podría beneficiar a España, que reclama el mantenimiento de los flujos netos, en particular a través del Fondo de Cohesión. Alemania, que ocupará entonces la presidencia del Consejo, estará obligada a desarrollar sus posiciones sobre los desequilibrios presupuestarios con una mayor neutralidad. Pero en la vida comunitaria los plazos suelen llevarse hasta el límite. Si la negociación final se aplaza a diciembre de 1999, Alemania se sentirá mucho más libre para reclamar la rebaja de un 30% en su contribución neta a la UE. Y si Alemania paga menos, otros países deberán pagar más o recibir menos. El país que más beneficio saca de la existencia de un mercado único en Europa logró ayer en Cardiff introducir una cuña potencialmente muy peligrosa. Augura una dificilísima negociación para países como España, que recibe aproximadamente el equivalente a la mitad de la contribución alemana.
La articulación de una política común de empleo, más bien coordinada que integrada, recibió un nuevo impulso con el primer examen sobre los planes nacionales de empleo. El debate en profundidad queda para Viena, en diciembre próximo. En esto, como en el examen de las orientaciones económicas, los Gobiernos buscan principalmente un espaldarazo político colectivo de la UE a sus propuestas. Conseguir ese respaldo no resulta difícil porque la situación económica ha mejorado de forma espectacular.
En el ámbito institucional no se ha generado en Cardiff una reflexión enriquecedora. El debate también se ha retrasado hasta un Consejo informal extraordinario en octubre. Si la UE no quiere perder capacidad de gestión política, incluso antes de pasar de 15 a 20 o 25 miembros, la reforma institucional deberá ir mucho más allá de lo planteado en el Tratado de Amsterdam, aún en proceso de ratificación. De momento, ha triunfado la tesis de que los Gobiernos conduzcan la reflexión sobre las instituciones en lugar de encomendársela a un comité de sabios independiente, lo que augura pocos avances. En todo caso, se va consolidando la práctica de dos consejos europeos cada semestre. No es una tendencia positiva. Siega la hierba bajo los pies de los consejos de ministros, hasta hace poco tiempo corazón de la vida comunitaria.
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