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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Puñaladas asturianas

CON LA propuesta del presidente regional del PP de Asturias, Isidro Fernández Rozada, de que esa formación «retire la confianza política» al presidente del Principado, Sergio Marqués, la crisis del Partido Popular en dicho territorio llega a ese punto en que la vuelta atrás es casi imposible. Hay experiencia sobrada al respecto con distintas siglas. Cualquiera que haya sido el desencadenante -con frecuencia, un conflicto personal-, llega un momento en que alguien dice las palabra de rigor: ha perdido la confianza del partido. Y enseguida aparecen voluntarios dispuestos a encontrar graves divergencias políticas que justifiquen a posteriori esa pérdida de confianza, e incluso a identificar remotos antecedentes que hacían presagiar la ruptura.La experiencia enseña que, cuando en este tipo de conflictos internos nadie es capaz de dar explicaciones claras, suele ser por una de estas razones: o porque el verdadero motivo es inconfesable, en el sentido de que su desvelamiento no sólo perjudicaría al que se quiere hacer caer, sino a todo el partido, o el motivo es tan miserable, relacionado con rivalidades de poder o personales, que no es posible exponerlo en público. El hecho de que el pretexto de la crisis haya sido la negativa de Marqués a destituir a su consejero de Fomento -o sea, al responsable directo de las obras públicas- invitaría a pensar en la primera hipótesis; las confusas declaraciones de los que se han alineado contra el presidente del Principado, incluyendo las del secretario general Álvarez Cascos, más bien abonan la segunda.

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El PP quiere forzar la dimisión del vicepresidente de Asturias para dejar aislado a Marqués

A ellos corresponde aclararlo. Pero quede constancia de que el argumento «más vale partido sin Gobierno que Gobierno sin partido», válido en términos generales, puede convertirse, llevado hasta el final, en pretexto de celosos dirigentes autoritarios para afirmarse frente a rivales más populares. Y pocas cosas resultan tan indignas como los lamentos de quienes, tras acatar la orden del mando, aseguran que les duele en el alma apuñalar a su amigo. Que no lo apuñalen, o que se callen.

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