España no espera grandes batallas
Por primera vez desde su llegada al Gobierno hace poco más de dos años, José María Aznar viaja a una cumbre europea sin especiales preocupaciones y con la intención manifiesta de presumir de resultados en la lucha contra el paro. El Gobierno sabe que el plan nacional de empleo que presentó en Bruselas ha conseguido buenas calificaciones de la Comisión Europea y que las recomendaciones sobre política económica encajan, a grandes rasgos, con la política que desarrolla el Gobierno. Contención salarial, reformas del mercado de trabajo y de la fiscalidad, reducción del déficit público, reforma del Estado asistencial y apoyo a la pequeña y mediana empresa serán las recetas de Cardiff para adaptar los mercados internos a la moneda única.A los problemas de fondo -reforma institucional de la Unión para su ampliación a los países del centro y este de Europa y los presupuestos para el periodo 2000-2006- se les pondrá en Cardiff fecha de caducidad: marzo de 1999. En esa fecha, bajo presidencia alemana y en una cumbre extraordinaria, los Quince deberán decidir realmente sobre su futuro. Hasta entonces se desarrollarán diversos movimientos tácticos para ganar ventaja sobre los rivales.
España ya ha hecho saber que en los nueve meses que quedan hasta entonces hará lo necesario para que no se apruebe nada que pueda prejuzgar o determinar el resultado final. Nada de techos máximos del 1,27% del PIB para los presupuestos de los próximos seis años, como quieren los países ricos; nada del justo retorno para los contribuyentes netos a los presupuestos de la UE; nada de reformas de los fondos de cohesión y estructurales; nada de la línea directriz agrícola. Todos estos temas, más la composición del colegio de comisarios, la elección del presidente de la Comisión, la ponderación de voto y la toma de decisiones por mayoría relativa en el Consejo, quedan también para más adelante. En cualquier caso, para antes de las elecciones al Parlamento Europeo, en junio de 1999.
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