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El piloto argelino huido a Ibiza acusa a su Ejército de exterminar al pueblo

Juan Carlos Sanz

El temblor de sus manos muestra la desesperación de todo un país. El teniente Alili Messaud, de 29 años, iba a ser ascendido a capitán de su unidad de helicópteros dentro de un mes, pero prefirió huir de Argelia con su aparato. «El Ejército argelino ha empujado a toda una sociedad hacia una obscuridad sin salida, a una guerra de exterminio que va contra toda la población», aseguraba ayer en la sede de la Cruz Roja de Ibiza, donde espera a que las autoridades españolas tramiten su petición de asilo político.

Su escapada comenzó al amanecer del domingo en una base de Blida, 80 kilómetros al sur de Argel, en uno de los principales escenarios más sangrientos de la guerra no declarada que sufre el país magrebí desde hace seis años, y terminó en el aeropuerto de Ibiza, con una escala de orientación en una playa de Formentera y bajo la permanente amenaza de los radares argelinos que buscaban dar caza al desertor.«Ya sé que dicen que el Ejército argelino ha bombardeado con napalm las aldeas donde se ocultaban los terroristas (islamistas armados), pero yo nunca he hecho eso», relata Messaud cigarrillo tras cigarrillo. «Yo sólo he atacado con lanzacohetes donde me han ordenado; a mis superiores les importan los resultados, sin importar los medios». Nació en Orán, de donde evoca aún los ecos españoles de la lengua que se hablaba en barrios que aún se llaman Santa Cruz o María. Y está desesperado: «Qué me importa si me pegan un tiro ahora. A un hombre que tiene el corazón muerto no lo pueden matar con balas».

El teniente Messaud, que ingresó en el Ejército a los 19 años, mostraba ayer con orgullo su título de jefe de patrulla de helicópteros. Lo sacó del fondo de un petate que guarda todo lo que tiene en el dormitorio de la Cruz Roja. Su rabia no es reciente, pero estalló hace muy poco. Una sentencia que ha tardado más de 15 años en dictarse confirma que su familia, sus padres y sus seis hermanos solteros, igual que él, deben abandonar su casa por la simple razón de que su padre cambió en 1983 de puesto de trabajo. Un cotidiano drama argelino, donde el problema de la vivienda sólo se ve superado por el de una guerra que se ha cobrado 80.000 vidas en seis años, según fuentes independientes. «No hay justicia en mi país; qué más da lo que puedan hacerle a mi familia tras mi fuga si ya la han echado a la calle», se indigna.

Su visión como protagonista del conflicto argelino es aterradora: combates nocturnos, misiones de reconocimiento, caza de terroristas desde el aire. «Esta guerra no sirve para nada, no va hacia ninguna parte». Otros desertores del Ejército argelino han afirmado en declaraciones a la prensa internacional en Londres y París que las fuerzas de seguridad han estado implicadas en las matanzas de civiles. Messaud guarda silencio cuando se le informa de estas declaraciones de militares en el exilio: «La estrategia del poder argelino no va a favor del pueblo, sino en su contra. En muchos casos los servicios de seguridad se han negado a auxiliar a civiles que estaban siendo atacados por terroristas».

52.000 pesetas al mes

El piloto de helicópteros argelino asegura que ha participado en numerosas operaciones de combate contra los grupos guerrilleros islamistas. Su recuento es un mapa de la guerra. El Atlas, la Mitiya, la periferia de Argel... «No he parado de lanzar cohetes, de transportar paracaidistas, tropas de élite, de disparar hacia no se sabe dónde; ésas eran mis órdenes». Era un militar profesional que cobraba 52.000 pesetas al mes, un salario que se sitúa ligeramente por encima de la media en Argelia.El sábado tomó la decisión, se hizo con varios mapas de navegación y esperó a su rutinaria misión del domingo: trasladar un viejo helicóptero MI-8 de fabricación rusa desde Blida hasta la base de Yanet, 1.800 kilómetros al sur en plena frontera sahariana con Libia. Pero cambió el mar por el desierto. Poco después de las seis de la mañana del domingo envió a desayunar a su copiloto y al mecánico de a bordo mientras él ultimaba su plan. Les dijo que iba a hacer una prueba con el aparato pues temía que pudiese perder combustible.

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Diez minutos después sobrevolaba Tipaza, al oeste de Argel y enfilaba hacia las islas Baleares a una velocidad de 230 kilómetros por hora. «Había hecho prácticas de vuelo a baja altitud, pero no a 10 metros sobre el mar: ésa fue mi elección, no tenía más de un 20% de probabilidades de salir con vida».

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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