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El hombre que nunca debió llegar a coronel

Ramón Lobo

El general Sani Abacha era de pequeña estatura, pero tenía una mano de hierro. Educado en la Academia de Westminster de Infantería del Reino Unido (1971) y en el Colegio de Defensa de Monterrey, en California (1982), nunca aprendió bien el vocablo democracia. A pesar de que sus superiores desaconsejaron su ascenso a coronel por ser una «persona inestable», Abacha alcanzó el generalato en 1980. Desde entonces, estuvo en todos los golpes militares. En 1983 apoyó a Mohamed Bujari en el derrocamiento de Alhaji Seshu Sagari (elegido en 1979). También estuvo entre bambalinas en 1985 cuando el general Ibrahim Babangida desplazó al tibio Bujari.Presionado por EE UU y el Reino Unido, Babangida convocó elecciones multipartidistas el 12 de junio de 1993. Salieron mal. Ganó Moshood Abiola, un millonario musulmán ajeno a la órbita militar. Babangida las anuló e impuso como sucesor a un hombre de paja: Ernest Shonekan. Las protestas callejeras crecieron y la oposición se envalentonó. Abacha, el hacedor de reyes, decidió salir a escena y el 17 de noviembre asumió todo el poder, disolvió el Parlamento, encarceló a Abiola, prohibió los partidos políticos existentes y nombró jefes militares en cada uno de los 30 Estados que componen la federación.

Más información
La presidencia de Nigeria, en manos de la cúpula militar tras la inesperada muerte de Abacha

Con él, el sexto presidente militar desde la independencia en 1960, Nigeria se sumergió en una pesadilla. Detenciones, ejecuciones y violaciones masivas de los derechos humanos. Uno de sus oficiales declaró al Observer : «No es un régimen militar, es la dictadura de un solo hombre».

En 1995, Abacha se negó a parar la ejecución del escritor Ken Saro-Wiwa y ocho compañeros de la minoría ogoni. Fueron acusados de traición. Igual que el general Olusegun Obasanjo unos meses antes; un hombre con un sólo delito: ser popular. Abacha tampoco dudó este año cuando mandó detener a su número dos , el general Oladipo Diya, hoy condenado a muerte. Esa política mortal es la que le deja sin heredero. Casado en 1965 con una reina de la belleza, Abacha se preparaba para ser presidente civil. La fecha elegida era el 1 de agosto. Los únicos partidos permitidos ya le habían dado su apoyo. No eran elecciones, sólo un referéndum amañado.

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