Renacer sin las élites
"Los balnearios eran clasistas y para veranear". Cuenta la leyenda que el origen del de Zestoa (antes Cestona) está en la curación de la sarna de unos perros del marqués de San Millán tras bañarse en unas pozas de agua caliente. Sin embargo, Rafael Modrego, director gerente, no se atreve a asegurar si esta historia de 1760 es fábula o realidad. Lo cierto es que la historia de Zestoa ha estado siempre ligada a la nobleza y a las élites de Madrid. Las aguas saladas de Zestoa fueron declaradas de utilidad pública en 1792 y 12 años después, a comienzos del siglo XIX, el balneario echó a andar. Los terrenos donde se ubica pertenecían a los condes de Alacha y después pasaron a manos de los señores de Etxaire, los primeros propietarios que se recuerdan. "Con el balneario se inició el turismo en el País Vasco. Empezó viniendo la aristocracia, luego la élite de Madrid, y ya se sabe, donde van los famosos va el resto", comenta Modrego. El primer personaje de renombre que se recuerda que viniera a tomar las aguas -afamadas por sus beneficiosos efectos sobre el riñón, el hígado y el estreñimiento- fue un hermano de Fernado VII, en 1834. Desde entonces la lista ha sido interminable. "El balneario era un complemento económico para las gentes del pueblo. Se abría en la temporada de verano y el resto del año en Zestoa la gente trabajaba en talleres y fundiciones", asegura María Teresa Zubia, hoy ya jubilada y que entró a trabajar con 17 años, hace 51, en el balneario. El negocio de aguas estuvo en poder de los Etxaire hasta 1901, año en que el cólera les jugó una mala pasada y los veraneantes más significativos se hicieron con el negocio. En la nueva sociedad anónima entraron el conde Varellano, que fue ministro de Obras Públicas; Amalio Jimeno, ministro de Sanidad de la época y miembro del ya desaparecido Cuerpo Médico de Balnearios, y otros muchos como los Céspedes, Aguirre Gonzalo o Ybarra, cuyas familias, aún hoy, están entre los más de 200 accionistas que forman la empresa. A comienzos del siglo XX Guipúzcoa contaba con 11 balnearios que poco a poco fueron desapareciendo. El último en cerrar fue el de Zestoa. "Eran tiempos en los que los cubanos venían con sus millones y su trajes blancos. Todo el pueblo vivía para el balneario. Trabajaban 240 personas y se consumían productos de los caseríos cercanos. Había dos partidos de pelota al día con profesionales y apuestas", señala Modrego. En 1913 Varellano se encargó de que se construyera el tren del Urola, para que los veraneantes bajaran a Zumaia, y trajo a la inauguración a Alfonso XIII. El balneario contaba con 1.000 camas. Estaba el Gran Hotel, para los más pudientes, y luego dependencias para el resto. Además, en el pueblo había otros 12 hoteles -hoy sólo quedan dos- y las casas de los particulares. El éxito del balneario era tal que no cerró ni durante la guerra civil. "Los años sesenta y setenta fueron los mejores. Había hasta tres médicos del cuerpo de balnearios. Después bajó", recuerda Zubia. En 1953 y 1983 el agua jugó un mala pasada. La primera inundación tocó en octubre, en el momento del cierre, así que se aprovechó para reformar. La segunda obligó a reestructurar.
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