La colocación
Nada es casual en las suertes del toreo. Cada desplazamiento o quietud tiene su porqué. Todo es consecuencia de un ejercicio empírico, que termina en regla. Parte de un plan técnico preestablecido, acorde con las reacciones del toro.Los movimientos de los actuantes obedecen a una lógica. La colocación de cada uno durante los diversos tercios de la lidia es un complicado ensamblaje, que fracasa cuando un elemento falla. En la actualidad, la dirección de la lidia la debe sostener el matador de turno, ayudado por el subalterno de tanda, que lleva el peso de ella.
Durante el tercio de varas, dos de los banderilleros, situados a la izquierda del caballo, cerca de su cuello, procuran que el toro se fije en el jamelgo cuando es mal colocado. También lo protegen. El tercer subalterno ampara al jaco que hace puerta. Y los matadores, posicionados a la izquierda de la cabalgadura, pero más alejados y en orden de intervención en los quites, aguardan para actuar.
En la suerte de banderillas es donde más atención se debe poner. En el centro del ruedo, el que hizo el segundo quite, para protegerlo en caso de arrancada imprevista del burel.
El que lidia debe colocar el toro para la suerte y evitar que persiga al compañero que pone el par. Un componente de la cuadrilla del matador, que cubre el centro del ruedo, está al quite a la salida de la acción, así como el otro componente de la terna. El espada de turno vigila y observa las reacciones de la res, ya que durante este tercio se pueden producir variaciones en su comportamiento.
La suerte de varas, además de servir para sangrar al toro y ahormarlo (en teoría), manifiesta sus defectos y cualidades. Ante la puya demuestra su bravura o mansedumbre, nobleza o aspereza y la capacidad de humillar, además, su potencia. Durante el tercio de banderillas confirmará esas dotes o defectos. También ocurre que a veces cambia, para mejor o para peor. Por ello es tan importante observar ambos tercios con detenimiento.
De la correcta colocación de los distintos protagonistas de la lidia y de su capacidad de reacción depende su buen transcurso y, por supuesto, la integridad de todos. Un torero distraído o atemorizado puede provocar un descalabro en la buena marcha de la acción o, lo que es peor, una cogida.
El aficionado debe estar atento a estos lances. De ellos depende, en mucho, la posterior faena de muleta. Apreciar y calibrar la colocación y actuación de los auxiliares, toreros también, es una manera docta de ver la corrida. Su buena o mala intervención dificulta o beneficia el desarrollo de la lidia. Por otro lado, seguir las evoluciones del toro es la mejor manera de apreciar en su totalidad las vicisitudes de la lidia.
Un leve desplazamiento, un capotazo a tiempo, apenas inapreciable, produce un bello momento, regalo para los más observadores. El pasado 24 de mayo, en Las Ventas, Ortega Cano remataba los lances de salida a un toro muy repetidor con una larga cordobesa. Le dio la espalda y el animal acometió. El capote del banderillero Jaro distrajo su atención. Ortega salió triunfante. Pocas palmas para el subalterno. Las mías y algunas más.
Muchos se perdieron tan bello y torero momento. ¡Lástima! La fiesta de toros no sólo es el natural, el derechazo y la estética del desmayo. Jugarse y salvar una vida con donaire es su más pura esencia. Ahí reside su verdad.
Babelia
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