Un trabajo microscópico
El 15 de enero de 1997 un tren de mercancías, que cubría la línea Huelva-Madrid descarriló a la altura de la estación de El Higuerón, en las inmediaciones de la capital cordobesa. Varios vagones cisterna con gasóleo sufrieron roturas que originaron la fuga de unos 500.000 litros. Un amplia zona de terreno resultó contaminada y también se vieron afectados varios arroyos y el propio Guadalquivir. Tras estudiar varias formulas para lograr la descontaminación del área dañada, Renfe se decidió por el Bioventing, una novedosa técnica con la que se logra neutralizar el gasóleo vertido usando bacterias. Los trabajos, que ya se han iniciado, fueron adjudicados por 53 millones a Gemasur, empresa andaluza especializada en la gestión de residuos tóxicos y peligrosos. "La técnica del Bioventing", explica la Gerencia de Medio Ambiente de Renfe, "es un mecanismo natural para la degradación acelerada del gasóleo". Se trata de activar las bacterias ya presentes en el suelo afectado, aportándoles nutrientes y oxígeno, para que operen más rápidamente de lo normal. Estos microorganismos procesan los hidrocarburos y los neutralizan. Si en condiciones normales el gasóleo vertido necesitaría unos 20 años para degradarse sin intervención humana, el Bioventing permitirá reducir este plazo a un año. Este procedimiento evita el uso de sustancias químicas y no hace necesaria la retirada de los suelos afectados. En total se actuará sobre 3.600 metros cuadrados, con lo que el volumen de tierras descontaminadas sumará 21.600 metros cúbicos. El uso de organismos vivos, como bacterias o plantas, en procesos de descontaminación vuelve a estar de actualidad debido a la catástrofe de Aznalcóllar, ya que algunos especialistas han propuesto su uso en las tierras y aguas afectadas por los metales pesados. A juicio de Víctor de Lorenzo, investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CBN) y miembro del comité científico que asesora a la administración en el control del vertido, "es posible diseñar bacterias capaces de degradar toxinas casi imposibles de eliminar por otros medios, lo que las convierte en un método descontaminante poco agresivo con el medio ambiente y barato, aunque más lento que otros procedimientos". La manipulación genética de algunos de estos microorganismos permite que identifiquen a determinados contaminantes como alimento, de manera que al metabolizarlos los convierten en elementos menos agresivos. En algunos casos transforman los contaminantes en sustancias poco nocivas y fácilmente manejables, aunque en la mayoría de las ocasiones sencillamente los convierten en dióxido de carbono y agua. Hace ya algunos años, un equipo de investigadores, dirigido por De Lorenzo, logró crear, mediante ingeniería genética, una bacteria capaz de absorber, en cantidades importantes, metales pesados, como níquel o cadmio, dos de los elementos presentes en los lodos tóxicos del Guadiamar. Algunos expertos opinan que estos procedimientos están aún lejos de poder aplicarse sobre el terreno, ya que hay que extremar las cautelas para trabajar fuera de un laboratorio con un ser vivo artificial. "Ningún microorganismo modificado genéticamente se aplica en la actualidad a la solución de problemas medioambientales", asegura Ande Chakrabarty, especialista en biotecnología de la Universidad de Illinois (EE UU). A su juicio, las bacterias descontaminantes son útiles sólo "de forma potencial, ya que hay que tener la absoluta certeza de que un microorganismo modificado no es patógeno antes de lanzarlo a la naturaleza".
Plantas con reparos
En la descontaminación de suelos también pueden emplearse plantas capaces de retirar elementos tóxicos acumulados en torno a sus raíces. En el caso de Aznalcóllar, investigadores del Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba han sugerido el empleo de vegetales de la familia brassica, como la mostaza etíope, la colza o la mostaza india, especialmente útiles en la retirada de metales pesados y con los que este centro experimenta desde 1992. Estas especies comienzan a extraer del suelo sustancias como plomo, níquel o cadmio, que son retenidas en raíces y tallos. Una vez cosechadas, y para eliminar los tóxicos que han acumulado, pueden quemarse en instalaciones adecuadas o depositarse en un vertedero de seguridad. Algunos especialistas desaconsejan la introducción de estos vegetales por no ser autóctonos.
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