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FERIA DE SAN ISIDRO

Este toro, por ejemplo

La corrida de Adolfo Martín acabó definitivamente con la polémica de los toros grandes, de los toros chicos y de las exigencias que se trae al respecto la afición de Madrid. Definitivamente significa que será hasta la próxima, por supuesto; o sea, hoy.Cuando los taurinos dicen que la afición de Madrid quiere elefantes con cuernos miente descaradamente. La afición de Madrid lo que quiere es este toro, por ejemplo. El toro de Adolfo Martín, nada aparatoso, terciado incluso, pero que tenía trapío y por las venas le corría sangre brava.

Claro que ese toro trae siempre peligro. De ello podrá dar fé Óscar Higares que sufrió una cornada grave en los prolegómenos de su faena de muleta. Sacó al toro a los medios, lo citó de largo, y en ese primer embroque sufrió la cogida. Pidió que le practicaran un torniquete, un peón lo hizo con su pañoleta, y pretendió seguir toreando. Era una temeridad, desde luego, y los compañeros de terna, la cuadrilla, los auxiliares, se lo impidieron. Bajo una gran ovación fue llevado en brazos de las asistencias a la enfermería, donde le operaron de la herida.

Martín / Fundi, Rodríguez, Higares

Toros de Adolfo Martín, desiguales de presencia pero con trapío, flojos, varios bravos, 6º manso, de encastada nobleza. La mayoría ovacionados de salida y en el arrastre.Fundi: estocada, rueda de peones y tres descabellos (algunos pitos); estocada corta tendida trasera y descabello (silencio); pinchazo y estocada (pitos). Miguel Rodríguez: pinchazo, estocada corta y dos ruedas de peones (ovación y salida al tercio); pinchazo bajo y estocada corta (silencio); media atravesada caída, rueda de peones y dos descabellos (pitos). Óscar Higares: cogido por el 3º. Sufre cornada grave en un muslo, que diseca la femoral. Plaza de Las Ventas, 31 de mayo. 25ª corrida de abono. Lleno.

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Higares sufre una cornada grave

Probablemente Óscar Higares, que es torero experimentado, había visto la nobleza del toro y las posibilidades de sacarle faena. Fundi, que entró a sustituirle, debió opinar lo contrario y aliñó sin orden ni concierto.

Muy desordenada y desconcertada tenía la tarde Fundi. Este torero bullidor con las corridas que llaman duras -Miura y otras así-, la de Adolfo Martín le vino tan ancha que le desbordó en cada tercio y en todos los frentes. Sus ajetreos banderilleros con el toro que abrió plaza -pasadas en falso, palitroques al suelo, un revolcón- acabaron en desastre. Y con la muleta continuó la tónica: no aguantaba la llegada del toro, se sucedían los enganchones, sudaba la gota gorda para quitarse de encima la encastada embestida.

El quinto toro de la tarde resultó extraordinario. Un toro de absoluta fijeza, pronto, repetidor sin atosigar, que metía la cabezada barriendo la arena y si no humillaba más era sencillamente porque estaba debajo el suelo y no podía surcarlo con los belfos. Pero dio igual. Fundi se puso a pegarle pases descompuestos como si se tratara de una alimaña. Y daba verdadera pena. Desde luego el torero, víctima de sus limitaciones; mas también el toro, que ha venido al mundo a través de una complicada selección genética y criado con lujo para contribuir a recrear las mejores suertes de la tauromaquia, se iba sin torear.

Otros toros se fueron también sin torear. Los tres que hubo de lidiar Miguel Rodríguez desarrollaron una nobleza encastada que reclamaba asimismo toreo puro; y seguramente lo habría desplegado con largueza cualquier diestro con sensibilidad artística y alma torera. Algunos arranques tuvo Miguel Rodríguez en el transcurso de sus tres faenas, sobre todo cuando toreaba al natural. Sin embargo le duraban poco, y extraña, pues al embarcar aquellos muletazos, cada vez que los aderezaba del temple y el mando precisos, el toro se rebozaba en la pañosa, fijo y entregado hasta donde alcanzara a desvanecer sus últimos vuelos.

Ocurría a la sazón que la nobleza de los toros de Adolfo Martín de ninguna manera podía confundirse con la pastueña docilidad propia de esas toradas borregas que imponen las figuras. Serían nobles pero embestían con casta; con una codicia, por tanto, que podía ser peligrosa si el torero no planteaba las suertes en la distancia debida y las ejecutaba con la templanza y el mando precisos. Lo que, parece, es mucho pedir.

Alguien desde el tendido preguntó por qué no torean esos toros las figuras que salen en las revistas del corazón. Por ejemplo. Y en las cautelas y las inhibiciones de Miguel Rodríguez y Fundi tenía la respuesta: las figuras de las revistas del corazón, con esos toros, seguramente fracasarían también.

Los toros de Adolfo Martín acusaron excesiva flojedad y sólo eso les faltó para ser el toro paradigmático que reclama la afición. Claro que si andando escasos de fuerza pegaron una cornada e imponían aquel respeto -trapazos de los matadores, carreras despavoridas de los banderilleros, azarosas bregas- ni se sabe la que hubieran armado allí de salir poderosos pidiendo guerra. Mejor no pensarlo.

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