El nuevo teléfono
A finales de este año, Telefónica irá reemplazando los viejos teléfonos en las casas, en los comercios, en las pequeñas empresas, por otros de dulces colores. Los nuevos aparatos que ha diseñado Alberto Corazón y cuya maqueta se exhibe ahora en la exposición del Reina Sofía sobre diseño español son una insignia de lo que está pasando. De lo que ocurre en la comunicación y lo que sucede también con los objetos-signos que nos rodean.La primera novedad del nuevo teléfono «básico» es su complejidad. Brinda un manejo supersimple, pero ofrece unas prestaciones supercomplejas. Para empezar, está provisto no de uno, sino de dos teclados emplazados a derecha e izquierda del auricular. Con el teclado de la derecha se marcan los dígitos tal como nos ha enseñado la historia desde finales del siglo XIX, con el teclado de la izquierda se agregan operaciones de sentido electrónico tal como han empezado a descubrirnos las postrimerías del siglo XX. Gracias a las teclas de la izquierda pueden lograrse, entre otras, las siguientes operaciones: 1) atender una segunda llamada; 2) hablar tres usuarios a la vez; 3) reenviar la llamada a otro número; 4) acoger un mensaje; 5) dar un mensaje a quien llama entre unos doscientos abonados memorizables; 6) llamar al número de socorro general; 7) recibir un surtido de informaciones útiles; 8) conectarse con otra compañía, etcétera.
El nuevo teléfono es un superteléfono diseñado con la idea de convertir una máquina demasiado inteligente en una cosa sosegada y amable. En el planteamiento de Corazón, será posible personalizar el teléfono con los cientos de combinaciones de cuatro colores variables en los dos teclados, el tablero y el auricular.
Previsiblemente, Telefónica no lleve hasta su extremo la potencialidad del surtido, pero no ha de faltar la ocasión para complacer los gustos personales. Teóricamente, claro, porque, a partir del momento de llevar un teléfono a casa, comienza la segunda y verdadera vida del artefacto.
Hasta ahora y desde su invención, los teléfonos han tendido a reproducir formas orgánicas; el fin de esta morfología ha coincidido, casi de manera general, con la caja rectangular que distingue al móvil. El teléfono de Alberto Corazón, sin olvidar un último gesto curvo, se inclina hacia la última opción. La comunicación telefónica no se representa ya como una prótesis tecnológica que ayuda al oído y a la boca en su función. El teléfono contemporáneo borra toda connotación con los labios o la oreja: su capacidad de emision o recepción es tan alta, que no precisa de la antropología. La palabra pasa por él sin que parezca, como ocurre con los móviles, que prolongue nuestros sentidos. Operan como la electrónica: sin dar sensación alguna de humanidad o corporeidad. Dentro de su mundo no hay rastro de esfuerzo muscular alguno, sino que, por el contrario, todo parece liviano, inmediato, regido por un impulso fantasmal que desintegra cualquier idea de carnalidad.
Posiblemente Internet haya sido la máxima ejemplarización de esta nueva etapa en la comunicación trasparente o trascorporal. Existen ya millones de personas que confiesan comunicarse mejor por la red que cuerpo a cuerpo, como también parece que la juventud actual se expresa más -más largamente, por lo menos- por teléfono que en el cara a cara. Amigos, novios, socios, parientes, conocidos, desconocidos, hilvanan conversaciones más prolongadas e intensas con auricular que sin nada por medio. Con el nuevo teléfono cierra el bucle de esta mística traspersonal. El nuevo aparato es simple, escueto, mansamente adaptable a la piel. Actúa como si no mediara en la comunicación y consigue a la vez, no haciéndose ver, ponerse también a salvo de ser visto. Hablamos con los demás sobre un teléfono y sobre nosotros, pero es como si, primero el teléfono y a continuación nosotros, nos volatilizáramos, voláramos dentro de un espacio acústico libre, desvestido, intangible, trasfugado de lo real.
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