La crisis de fin de siglo: 1898-1998
La «crisis de fin de siglo» se ha convertido en una frase acuñada por la historiografía para aludir a la que se produjo hace 100 años en el paso del siglo XIX al XX. El año 1898 se ha convertido en referencia simbólica obligada al estudiar dicha crisis, aunque hoy hay acuerdo generalizado en señalar la complejidad de aquella fecha, que no podemos identificar sólo con una derrota militar, sino como el eje de un proceso de cambio en profundidad de la sociedad española en su conjunto. La tan cacareada generación del 98 incluso no es tampoco más que una manifestación más de dicho proceso de cambio.A principios de este año, y en consonancia con los anuncios del centenario que ahora se cumple, se dijo que el estudio y análisis de la crisis de 1898 serviría para iluminar la que ahora estamos viviendo en relación con el paso al siglo XXI. Pero veo ya muy adentrado nuestro 1998 y no observo por ninguna parte esas supuestas luces iluminadoras. Más bien veo recuerdos, rememoraciones y algunas exposiciones -francamente buenas, por cierto- que nos evocan lo que entonces pasó, sin referirse, por lo demás, a nuestro siempre inquietante presente. Me atrevo por ello a lanzarme al ruedo y echar mi cuarto a espadas.
El hecho es que observo una extraordinaria similitud entre el periodo 1875-1898 del siglo pasado y las mismas fechas del presente. Veamos. En 1875 se produjo una importante ruptura histórica con motivo de la restauración borbónica; desde la revolución de 1868 y durante el llamado «sexenio democrático», se produjeron ensayos como la instauración de una nueva monarquía -Amadeo de Saboya- y el establecimiento de una I República, que constituyeron un periodo de turbulencias políticas roto precisamente en 1875 con la subida al trono de Alfonso XII y el inicio de un proceso de relativa estabilidad nacional. Pues bien, en 1975 se produce otra ruptura histórica con la muerte del general Franco, que constituyó un régimen dictatorial de excepción, y el inicio de una transición política a la democracia que tuvo su hito histórico en la Constitución de 1978.
La similitud 1875-1975 vuelve justamente a repetirse con la de los años 1898-1998. En el 98 pasado terminó un ciclo histórico con la pérdida de las últimas colonias de ultramar; el fin del ciclo imperial que tuvo su origen con el descubrimiento de Colón en 1492, llevó a hablar del momento de máxima decadencia de la nación española, lo que condujo a un proceso de renovación y de cambio claramente perceptible desde nuestro mirador. Pues bien, en 1998 se vuelve a producir el fin de otro ciclo histórico como consecuencia de la entrada en vigor del euro en la economía española; a nadie se le escapa lo que esto tiene de pérdida en la soberanía nacional y la importancia que ello conlleva con vistas al futuro. La agonía de la peseta ha empezado, con muerte certificada para el año 2002, y ello quiere decir que hemos empezado otro ciclo histórico embarcados en el navío europeo, habiendo dado por concluido el largo periodo de aislamiento histórico que España sufrió en los últimos siglos.
En 1998 estamos, pues, en la mitad de otra crisis de fin de siglo, de características muy similares también, como vamos a ver, a la del fin del siglo pasado. Si aquélla coincidió con una incalculable revolución tecnológica, hoy vuelve a ocurrirnos lo mismo. En torno a principios del siglo pasado y comienzos de éste se produjeron los grandes inventos que han protagonizado nuestra centuria: luz eléctrica, teléfono, telégrafo, gramófono, cine, automóvil, aviación; en el siglo que gira alrededor del 98 actual se ha producido la revolución informática, que ha transformado el mundo de las comunicaciones: fax, ordenador, correo electrónico, Internet... Otra revolución tecnológica que, unida al crecimiento y desarrollo de los medios audiovisuales, está cambiando nuestra vida y la cambiará más en los próximos años.
Una similitud parecida se produce en el orden religioso. El positivismo, que fue la filosofía dominante en el último cuarto de siglo XIX, hizo crisis con el advenimiento de la nueva centuria y ello provocó una eclosión religiosa que tuvo como protagonista al espiritismo y al modernismo, al interés por las ciencias ocultas y por la teosofía; algo muy semejante a lo que está ocurriendo hoy: frente al laicismo y agnosticismo creciente durante los años centrales del siglo, se produce ahora, de forma concomitante con la posmodernidad, un desarrollo de las sectas, de los fundamentalismos, de las «comunidades eclesiales de base» y de la teología de la liberación.
También hay una afinidad grande entre el fin de siglo pasado y el presente en el ámbito de los nacionalismos; el bizkaitarrismo, como se decía entonces, nació hacia 1895, de la misma forma que el catalanismo, con antecedentes ya en 1892 (Bases de Manresa). Es cierto que estos nacionalismos ibéricos se abrían camino a duras penas con el comienzo del XX, mientras ahora están reconocidos en un generoso Estado de las autonomías, pero no es menos cierto que siguen generando tensiones y de forma muy especial en relación con su integración en Europa.
Las similitudes podrían aún apurarse más, pero creo que basta con lo expuesto. Hay, sin embargo, una cuestión en el amplio mundo de las ideas que me gustaría plantear. En este ámbito, la pasada crisis de fin de siglo se caracterizó por la reacción contra el positivismo, que había sido una filosofía avasalladora hacia 1880. Me pregunto si ahora podría ocurrir algo parecido, aunque desde luego en un ámbito mucho más amplio. Se ha dicho que estamos al final de la galaxia Gutenberg y es evidente que la imagen va adquiriendo un protagonismo cada vez mayor en la comunicación, en la enseñanza y hasta en el ocio. El problema es si las imágenes van a desplazar a las ideas, convirtiendo nuestro mundo en un reino de iconos. La cuestión no es baladí si tenemos en cuenta que la imagen es el dominio de lo concreto, y que nuestra civilización se fundamentó -desde Sócrates a nuestros días- en el imperio del pensamiento abstracto. El desplazamiento de éste por los iconos podría ser terrorífico, y no me extrañaría que en la crisis de fin de siglo en que ya estamos inmersos se iniciara una nueva reacción contra los excesos de la imagen y de la informática. Por lo demás, resulta curioso -volviendo al juego de las fechas- que el vértice de la crisis del pasado siglo lo sitúen hoy los especialistas entre 1898 y 1902; el hecho de que en el 2002 la peseta termine su mandato y comience el del euro, haciendo coincidir otra vez la acotación 98-02, podría ser algo más que una similitud. El 2002 será la fecha del verdadero inicio del siglo XXI, con sus inquietudes y perplejidades.
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