Permanencia y cambio en un creador decisivo
Cada artista plástico deja en sus obras parte de su ser, pero quien tiene el privilegio de la amistad y la obligación gozosa de la escritura consigue a veces una ventana excepcional como observador de esa tarea creativa. Nadie que haya escrito sobre Lucio Muñoz podrá dejar de evocar el estudio en que trabajaba donde se agolpaban los pedazos de madera, el recipiente donde triturar pasta de papel, la mesa con los tarros de color o aquella terraza en la que la madera quedaba sometida a la plácida erosión de la naturaleza para luego experimentar la decisiva acción transfiguradora del artista. Lucio solía explicar que de este modo conseguía recuperar la condición espontánea de aquella materia que sustentó parte de su obra.Toda ella tuvo siempre no poco de paisaje interior en el que se entremezclaban experiencia sensorial y sentimiento íntimo. Para él la creación plástica era partir del caos original de la materia a la construcción de un orden en que, sin embargo, lo accidental, lo imprevisible o lo impuesto por las propias características de aquello con que trabajaba creaban reglas propias. Como muchos de los grandes informalistas españoles nunca perdió el apego a la realidad inmediata y directa, el sentido de lo táctil, el entusiasmo por los esplendores de lo matérico. No estuvo acogido nunca a un programa o un rótulo, menos aún a una escuela. Aunque en muchos sentidos su trayectoria tiene un evidente paralelismo con el emblemático grupo El Paso, sus amigos artistas fueron, en ocasiones, personas con las que mantenía una sintonía profunda aunque para la mirada convencional la obra apareciera muy distinta. Tal es el caso de la propia Amalia Avia, su mujer. Daba siempre con fluidez testimonio de su sabiduría intelectual y vital. Conversador infatigable y despojado de presunción, dotado de humor y siempre sobrado de entusiasmo, tenía gustos literarios y musicales muy decantados que pueden dar algunas claves esenciales de su obra. Creo que la gran lección que aprendí de Lucio Muñoz fue hasta qué punto la creación plástica es una aventura en la que el nivel de calidad se mide en gran parte por la conjunción entre las permanencias y los cambios. Lucio, un gran trabajador, recorrió un camino lleno de hallazgos desde los tiempos de su intensidad dramática expresionista y cromatismo oscuro hasta un momento en que nos asombró a todos con aquel triunfo de la luz consagrado definitivamente hacia 1989. Trabajaba entonces la materia con la pasión de siempre pero encontró en nuevos aspectos de ella resultados nuevos, sorprendentes, de una belleza deslumbrante. De sus cuadros se apoderaron las sutilezas de esas colas líquidas, casi transparentes, y de los reflejos metálicos suntuosos. Cada nueva exposición producía una nueva sorpresa. La sencillez de blanco, del verde tierno, incluso el amarillo, y el matiz acuarelado transmitía una atmósfera de inquietud a veces pero también, en muchas otras, de espiritualidad y de placidez como si cada cuadro o cada grabado se convirtiera en una especie de acto de exorcismo contra los males de la vida y contribuyera a convertir a ésta en un poco más grata, más elegante y placentera. Y, sin embargo, Lucio Muñoz seguía siendo el mismo: su aventura personal le había instalado en el nivel de permanencia y renovación de los grandes maestros de la pintura española de nuestro siglo.
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