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Tribuna
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Frente nacionalista

Todo el mundo escuchó con emoción las palabras del presidente del Gobierno vasco cuando dijo que ETA seguía "teniendo cómplices entre nosotros" y todos aplaudimos su denuncia concreta, taxativa: "Se llaman Herri Batasuna". Mucho antes, el que se tiene como mascarón de proa del barco nacionalista llegó a denunciar como una actitud agresiva, injusta y antidemocrática la identificación entre nacionalistas y vascos. El acuerdo con ellos brotó más que fácil, cordial: con Ardanza, cuando afirmaba que la coalición Herri Batasuna estaba en el diseño mismo del crimen, o que lo estimulaba, o que lo provocaba; con Arzalluz, cuando extendía las plurales identidades vascas más allá de las fronteras del nacionalismo. Muchos de nosotros no hemos dicho nunca otra cosa.Pero ahora los dirigentes del nacionalismo vasco se han encarado con ese público que había aplaudido sus palabras y le han dicho: Ah, pero ¿de verdad se habían creído ustedes todo aquello? Quiá, hombre; lo que nosotros decimos es que sólo hay una manera de ser verdaderos vascos, la nacionalista, y por lo que respecta a HB, tan nacionalistas son como nosotros, tan vascos de verdad, por tanto. Y como todavía queda por este gallinero de Madrid alguna gente que nunca ha tenido como cualidad del talento traspasar las fronteras del ultraje y del insulto, permitan los dirigentes nacionalistas que se les responda con la misma decepción manifestada por Azaña ante una de las múltiples piruetas políticas de Unamuno: "Dispense usted, señor: le habíamos creído por su palabra". Dispensen ustedes, señores del PNV: habíamos creído por su palabra que HB era cómplice de ETA; habíamos creído por su palabra que es una agresión injusta y antidemocrática identificar lo vasco con lo nacionalista.

Como Unamuno, quienes han cambiado de palabra son ellos y ellos habrán de ser quienes den la razón de su nueva política. Mientras tanto, es lógico pensar que la evolución del PNV en lo que va de año ha consistido en propugnar un entendimiento de todo el nacionalismo, HB incluida, con objeto de forzar a los partidos vascos de ámbito estatal a sentarse al otro lado de una mesa de negociación que permita a ETA dejar de matar sin perder la cara ante los suyos. Esta estrategia de frente nacionalista debe entenderse como la respuesta del PNV a la mayor presencia pública de ciudadanos vascos que han denunciado, con riesgo de sus vidas, la falta de libertad en su país. La voz de la gente en la calle, los manifiestos, las convocatorias por parte de quienes no se resignan a doblar la cabeza ante las amenazas, han llegado a inquietar, ante la proximidad de las elecciones, a los dirigentes del PNV.

Cuando han pasado ya varios meses de su puesta en práctica, es evidente que la estrategia del frente nacionalista no ha servido para detener la mano de los asesinos ni para obstaculizar el ejercicio de la violencia colectiva a grupos organizados a la manera de las escuadras de asalto del periodo de entreguerras. ETA sigue matando y los grupos paramilitares incrementan su capacidad de bloquear municipios, impedir la circulación, cerrar tiendas, cobrar impuestos y levantar luego tranquilamente el cerco antes de la llegada de una policía dotada con toda clase de artilugios, pero políticamente tan perpleja que se limita a tomar nota del estropicio. La cesión a estos grupos de una atribución tan fundamental del poder público como es el monopolio de la violencia legítima constituye una prueba inapelable del fracaso del Gobierno vasco para salvaguardar los derechos individuales de sus ciudadanos.

Hay algo más devastador que esta cesión de la iniciativa política y "militar" al ala extrema del nacionalismo. Toda estrategia de frente nacionalista provoca inevitablemente la escisión de una sociedad en comunidades enfrentadas. Por eso, las últimas manifestaciones de los dirigentes del PNV son algo más que una amarga decepción; son una amenaza directa a la convivencia pacífica entre vascos.

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