Zaplana diagnostica
SEGUNDO BRU Zaplana, en una de sus breves estancias valencianas entre viaje y viaje, ha comparecido en las Cortes y con el ya notorio desparpajo, rayano con la desfachatez política, que lo caracteriza se ha atrevido a contestar una nueva pregunta sobre el brote de hepatitis convirtiendo -y no por error sino con clara intencionalidad- un índice de prevalencia de la enfermedad, una simple referencia al colectivo estadístico de población que podría verse afectado aunque jamás llegue a serlo, en un dato cierto y registrado de diagnósticos, impartiendo una lección magistral de trilerismo parlamentario con tal de poder seguir acusando a los socialistas de todos los males que nos aquejan, incluídos los que se derivan de su propia incompetencia. Cualquier recurso parece ser lícito para este gobierno antes que asumir su indudable responsabilidad. Aunque dejen que el tiempo transcurra sin una palabra de aliento, apoyo y comprensión para las víctimas de una desgracia irreparable que ha cambiado sus vidas, enfangados como están en el denodado e inútil intento de salvar el pellejo político de Farnós. De un conseller responsable -junto con su presidente- de haber prohibido a todos los directores de centros hospitalarios, desde el comienzo de su mandato, la remisión de indicadores sanitarios, puesto que el PP había decidido practicar una política oscurantista para que no supiéramos de cifras de ocupación, actividad, listas de espera y otras cuestiones engorrosas. Que en el camino pueden haberse perdido algunos indicadores obligatorios de enfermedades infecciosas, pues qué se le va a hacer. Por la misma razón aparente por la que los casos de sida bajan, no se detecta el brote de hepatitis C: lo que no está ni se ve ni se contabiliza. Que ese grupo de médicos, tan sindicalizado y combativo antes de las elecciones, está manso cual cordero pero no porque ahora cobren más que el resto de los funcionarios, que también, sino porque nadie controla actividad, ni guardias ni permanencias, pues para eso mandan ahora los suyos, faltaría más. Que este general relajo imperante desde 1995 puede ser una de las causas por las que el Servicio de Epidemiología, dependiente de la Dirección General de Salud Pública, cuya existencia osó negar tajantemente Zaplana desde la tribuna, y que debería detectar -mediante las declaraciones obligatorias de los directores de centros públicos y privados, junto a las de los sanitarios locales- hasta el más silencioso vuelo de una mosca epidémica, como tradicionalmente venía ocurriendo con todo tipo de brotes infecciosos, no lo ha hecho en este caso, pues nadie abre la menor investigación en busca del por qué. Que la oposición vive de retazos de prensa y aún no se le ha ocurrido solicitar la comparecencia obligatoria ante la comisión de Sanidad del director general y el jefe de servicio, al tiempo que exigir la entrega documental de todos los registros pertinentes a fin de constatar la incidencia real de la enfermedad desde el año 1994, último en el que la máquina sanitaria aún funcionaba, para desmontar así fehacientemente las falsedades de Zaplana y de Farnós, pues miel sobre hojuelas. Y al hilo de este desastre, Zaplana va y hace de la mendacidad un arte parlamentario, mostrando su auténtico perfil de un presidente partidario, carente de sindéresis y ayuno de valores pero bien ahíto de sí mismo. Apañados estamos.
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