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51º FESTIVAL DE CANNES

Angelopoulos cierra el concurso con un hondo viaje dentro de la muerte

Loach, Trier, Moretti, Hartley y Boorman, en la lista de favoritos

De las tres películas finales del concurso, sólo La eternidad y un día , dirigida por Theo Angelopoulos, logró una buena acogida unánime. La argentina Corazón iluminado , dirigida por Héctor Babenco, fue abucheada, y la estadounidense Velvet Goldmine, de Todd Haynes, cortó en dos al personal: los menos sacaron las manos y los más los colmillos. La eternidad y un día -bellamente escrita por Tonino Guerra e interpretada por el gran actor Bruno Ganz- insiste en la escena ritualizada característica del estilo de Angelopoulos y emprende un bello y hondo viaje sin billete de vuelta dentro de la conciencia de un poeta en el umbral de su muerte.No es frecuente en un festival donde todo está medido que la última película del concurso dé un vuelco en los pronósticos, pero en parte La eternidad y un día lo hizo ayer aquí, como hace 15 años el Sacrificio de Andréi Tarkovski, con la que el filme griego tiene puntos de contacto, ya que, sin su exquisitez, afronta complejidades comparables y sale de ellas elevándose y alcanzado condición de ceremonia trágica, aspiración constante en Angelopoulos desde El viaje de los comediantes a La mirada de Ulises , pasando por Paisaje en la niebla . Hay en su nueva película insistencias y acordes enunciados en las otras tres, por lo que el cineasta cuadrangula su célebre triángulo de obras mayores.

Críticos del mundo

Esos pronósticos suelen ser un reflejo de los paneles de puntuación que medio centenar de críticos de todo el mundo confeccionan en las tres revistas que durante el festival se editan. Dos puntúan con el sistema de estrellitas , pero Moving pictures ofrece una puntuación de cada filme de 0 a 10, lo que permite extraer matizaciones. De ahí que los aficionados a las quinielas de los premios acudan a este panel como un referente.Si concursasen Inquietud y Doctor Akagi , dos obras maravillosas del portugués Oliveira y el japonés Imamura, no habría caso. Pero estos dos viejos cineastas han venido aquí a dar su impagable lección sin pelear por un premio y han dejado el campo libre a los discípulos. Así que, dejando un margen para la sorpresa o el susto, el citado panel ofrece este año una lista de pelícuas premiables en la que ninguna destaca como indiscutible.

La máxima puntación, un 8, la alcanza únicamente Mi nombre es Joe , dirigida por Ken Loach. Tras ella, con 7 puntos, hay siete películas: La vida soñada de los ángeles, de Erick Zonca; Abril , de Nanni Moretti; Los idiotas, del danés Lars von Trier; El general , de John Boorman; Henry Fool , de Hall Hartley; Las flores de Shanghai, de Hou Hsiao Hsien, y La fiesta, de Thomas Vinterberg.

Todas ellas son defendibles, pues cada una aporta su gota de aceite al engrase del lenguaje del cine evolucionado. Pero el vuelco lo pueden dar, en forma de sorpresa, la divertida Illuminata , realizada por el actor norteamericano John Turturro; la emocionante La vida es bella , una preciosa audacia del italiano Roberto Benigni, y la tierna Baila sobre mi canción , dirigida por el australiano Rolf de Heer. Y el susto puede venir de la competentísima, rigurosa y magníficamente rodada, pero como espectáculo literalmente nauseabundo, El agujero , tercera aportación a la desertización de las salas del taiwanés Tsai Ming-Liang, que ayer recibió el Premio Fipresci de la crítica y que ya triunfó hace dos años en Berlín con El río, una delicadeza consistente en visualizar, magníficamente por cierto, la sodomización de un padre a su hijo oligofrénico mientras la mamá se masturba. Ahora, en El agujero , ofrece escombros, basuras y vomitonas.

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