_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Apoteosis final de curso

ROSA SOLBES Si yo fuera miembro de algún Consejo Escolar, me lo pensaría muy mucho antes de pedir enseñanza en un idioma extranjero. Y no por xenofobia, ni nacionalismo pacato y excluyente, sino por precaución, porque el gafe parece perseguir a nuestro conseller Camps cada vez que se saca de la manga alguna maravilla futurista. Aún se recuerda allende las fronteras cuando la escuela que sirvió de incomparable marco para la foto del proyecto pionero llamado Infocole se vino abajo en el momento más inoportuno. Y si esto ocurrió con la cibernética, qué no podría pasar con la lingüística que es, al fin y al cabo, materia más vetusta. Hay colegios de Primaria en condiciones lamentables (sólo un ejemplo: Manises). Y muchos de ellos no podrán admitir alumnos de tres años al menos, mientras no se vayan los de ESO. En un 80% de los casos, los primeros cursos de Secundaria están impartiéndose en centros de Primaria, con el consiguiente desbarajuste. Los edificios no son de chicle, y parece que el asunto va para largo. Así, no es extraño que profesores, padres y alumnos se subleven en este apoteósico final de curso. En Elche y Alicante protestan por la ruptura que se produce entre ciclo y ciclo (sólo en los públicos, claro). Las APA del Alt Palància se indignan por la supresión del centro de ESO que estaba previsto. En Les Valls hace años que esperan un instituto: son 500 alumnos y están refugiados en barracones. El Benlliure, de Valencia, ha de ser demolido, y ésta es la hora en que el Ferrer i Guàrdia y el Orriols se enteran de que tienen que repartirse a 1.200 chavales a base de comprimir clases, suprimir actividades y talleres...y, por supuesto, habilitar turnos de tarde (¿y qué pasa, ñoras y ñores, con la armonía familiar en tan críticas edades?). Muchos centros carecen de las aulas y el profesorado necesarios para la aplicación de la LOGSE, y el Ayuntamiento de la capital europea del mundo mundial que se dedica a estudiar los deberes de los ciudadanos, prefiere (cosas del mercado) alquilar sus solares para que se celebran bonitas bodas, bautizos y comuniones. El itinerario pedagógico de muchos chavales se convierte, así, en una variante de los viajes de Ulises en la que pasan más tiempo de okupas a la fuerza que de legítimos detentadores de un derecho fundamental. En tres años, nada más se han construido siete centros nuevos de los 57 previstos (ninguno de Valencia y Alicante), y sólo se han adecuado 10 de 82. En las zonas rurales, algunos habrán de desplazarse hasta 80 kilómetros diarios, y otros estudiar en régimen de internado (más convivencia familiar). Los sistemas de admisión y adscripción favorecen a los centros privados... Por no hablar de la nueva Formación Profesional, cuya generalización debería iniciarse el próximo curso, ya que es la única homologable en el mercado de trabajo de la Unión Europea. Así, las sedes de Educación son estos días el rompeolas de todas las indignaciones. En una de las últimas concentraciones con silbato, esos alumnos, a los que se promete el siglo XXII mientras se les devuelve al XII, gritaban indignados: "Si somos el futuro...¿por qué nos dáis por culo?". (El ordenador no reconoce esta vulgaridad, y la subraya en rojo. Quizá traduciéndola al bilingüe...)

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_