_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un protagonista de la transición a la democracia

Juan Antonio García Díez fue un hombre típico de la transición a la democracia. Alto funcionario, tenía una gran experiencia en el sector público. Era un típico hombre de centro, aunque el centro no sea nada, como algunos pretenden. En los momentos fluidos de la transición se integró con Francisco Fernández Odróñez en aquel grupo socialdemócrata que acabó disolviéndose en UCD.Participaba como el que más de los entusiasmos por aportar a España un sistema democrático que nos redimiera de las sombras del franquismo; pero no era un radical. Ministro de Comercio con Adolfo Suárez, luego ministro de Economía y vicepresidente económico de los Gobiernos de Calvo Sotelo, conocía muy bien la medicina que necesitaba la economía española, nuestra sociedad. Es curioso que si se hubieran de escribir los decálogos económicos de los distintos ministros de Economía y Hacienda que han existido en España desde la transición, todos hubieran resultado muy parecidos, si no idénticos. Incluso entre muchos, por encima de sus diferencias, existía vinculación personal, previa a la política, en ocasiones intensa.

Más información
Fallece García Díez, vicepresidente económico con UCD

García Díez era partidario de menos inflación, el menor desequilibrio presupuestario posible, crecimiento moderado de las rentas, los grandes equilibrios de la economía. Era, sin embargo, un antirreaccionario, receloso frente a la derecha franquista tradicional, persona de consenso y pacto.

Sus responsabilidades como vicepresidente coincidieron con una época más bien negra para la economía española, a causa de la crisis de 1980-1982, de difícil manejo por razones económicas y políticas: se había producido el golpe de Estado, Suárez había dimitido, UCD daba señales de división que no hicieron más que agravarse en ese bienio, que concluyó con la destrucción de UCD y el triunfo abrumador del PSOE, en 1982; fueron momentos en que era imprescindible llegar a acuerdos con los protagonistas sociales, y él fue partícipe y motor de dichos pactos; supo mantener los criterios firmes de esa política hacia el logro de los equilibrios económicos, y la economía española no dejó de mejorar en su periodo de vicepresidencia.

No tuvo la confianza plena de las organizaciones empresariales. Nunca pude entender por qué. Claro que entonces dichas organizaciones creían, al menos alguno de sus miembros más significativos, que lo acertado era lo que podríamos llamar alguna vuelta de tuerca a la derecha; los hechos inmediatos no confirmaron sus dotes proféticas.

Persona de convicciones firmes en lo político, tuvo un gran sentido del humor, aún en los momentos más tensos durante y después de su paso por la política, que fue su culminación de muchos años de servicio público. Luego se adaptó a otro tipo de actividad; se recicló con excelentes resultados como profesional libre y empresario. Salió de la política tan limpio como había entrado, sin más bagaje añadido que el del servicio prestado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_