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Un Botánico, una ciudad

Me ocurre cada vez que me adentro en Valencia por el camino de Llíria, cruzo el puente del viejo Turia y miro hacia la izquierda: mis ojos rechazan los atentados de otras épocas y los acentos mercantilistas que en forma de vallas publicitarias siguen amenazando, y se llenan con la contemplación de una conocida silueta que no debería empobrecerse. La masa arbórea del Jardín Botánico, por encima del antiguo cauce; la curiosa iglesia neobizantina; el colegio de los jesuitas; las cúpulas y la iglesia de Sant Miquel y Sant Sebastià. A lo lejos la Casa de la Caridad, el asilo de Sant Joan y la curvatura del río que pasando por el Portal Nou llega hasta el de Serrans. Un conjunto armónico, la fachada de mi ciudad. ¿Cómo mejorarla? Ustedes saben que el Ayuntamiento de Valencia tramita una modificación del Plan General de Ordenación Urbana de 1988 que evitará dos de las tres tristes torres que amenazaban este paisaje, pero que otorgará más de la mitad del llamado solar de Jesuitas para la construcción de un hotel de 11 plantas en la parte más cercana a la Gran Vía de Fernando el Católico, es decir, despilfarrando sin más provecho que el particular, las costosísimas compensaciones que la operación ha supuesto y destrozando a pesar de todo la silueta histórica, legalmente protegida como Bien de Interés Cultural. Por eso la coordinadora Salvem el Botànic-Recuperem Ciutat ha entregado una alegación a este proyecto, ofreciendo a su vez como alternativa la propuesta que ya presentó justo hace un año, y que supondría la total y definitiva liberación para uso público del mencionado solar, con la sugerencia de ampliación del propio Jardín Botánico y la conexión del mismo con el museo de Ciencias Naturales del Padre Sala (ubicado en el vecino colegio de jesuitas), configurando así un espacio cultural digno y de importancia. Algo tan oportuno y hermoso parece ser rechazado por quienes ostentan el poder. Si cayesen en la cuenta de que en este mundo estamos de paso, verían las cosas de otra manera: no somos el ombligo de nada, y si de verdad tenemos alguna misión trascendental, puede que sea mejorar aquello que heredamos gracias al trabajo y la inteligencia de quienes nos precedieron, para entregarlo a quienes nos sucederán. Cuanto hagamos o dejemos de hacer no se irá con nosotros, como egoístamente podríamos suponer, sino que de una u otra forma, quedará por estos pagos. Desde esa perspectiva, toman fuerza aquellas ideas "sociales" o colectivas de humildad, de solidaridad, de generosidad. Esas ideas (que no me atrevería, y menos en estos momentos y en esta ciudad, a considerar pasadas de moda) nos permitirán sentirnos protagonistas en cuanto intermediarios intergeneracionales de aquello que gestionamos mientras nos toca vivir. Esta visión (¿de visionario?) se opone a mercantilismo, consumo, acumulación, y persigue un cierto ideal humanista de armonía natural y social. A él han contribuido no pocos científicos, arquitectos, escritores, gentes ilustradas y ciudadanos sensibles desde tiempo inmemorial, con su concepción del saber como reflejo y a la vez búsqueda de dicha armonía. Mientras, otros personajes se han dedicado, como también revela nuestra ciudad, a destrozar sus aportaciones, comerciar con ellas, arrogárselas y malvenderlas para siempre, hurtándoselas incluso a sus propios hijos. El próximo año 2002 se cumplirá el bicentenario del Jardín Botánico. ¿Vale la pena celebrarlo? Por supuesto que sí. Por el gozo que supone para nuestros sentidos y en honor de quienes lo hicieron posible. Pero vayamos más allá. Transmitamos a nuestros sucesores algo que puedan celebrar dentro de 200 años. ¿Cemento o Botánico? La ciudadanía, decididamente, ha terciado: miles de personas han conseguido hacer oír su voz sobre este asunto. El consistorio, con desgana, sin consenso y a un coste económico desmedido, ha terciado también: emprendió negociaciones que culminaron con la retirada de dos edificios. Sin duda, ahora es el momento de que nuestra Generalitat, responsablemente, arrostre el postrer tercio de esta peliaguda cuestión: aparten de allí la edificabilidad privada, llévenla donde no moleste y pongan a salvo la totalidad de ese privilegiado rincón, para disfrute de la población entera que, con su esfuerzo colectivo, consiguió hacer de él un distinguido lugar de extraordinario interés.

Pascual Requena es portavoz de la Coordinadora Salvem el Botànic-Recuperem Ciutat.

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