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Tribuna:
Tribuna
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La mandanga

Varios días después de que empezaran a verterse los millones de litros de muerte sobre el entorno del río Guadiamar y una sopa de luto continuara avanzando por los cultivos y hacia Doñana, el área permanecía pasiva. Yo la vi.En los despachos, por las líneas telefónicas, por los aeropuertos y las risueñas casetas de la feria, discurrían los políticos, mientras la viscosidad seguía ensanchándose y sólo unos cuantos operarios del parque retiraban después peces sin vida ante las cámaras. El director de la Estación Biológica de Doñana o el del parque han solicitado presteza en las medidas, pero la molicie oficial vuelve otra vez. En lugar de haber mandado a miles de parados que han de encontrarse ahora faltos de tareas agrícolas, en vez de movilizar unidades de zapadores, compañías de soldados que probablemente no se encuentren empeñados en una función patriótica superior, la marea letal ha ido aposentándose sobre los sembrados o filtrándose suavemente en los acuíferos.

Dios sabe cuándo recibirá la merecida atención esta epidemia o cuándo llegarán las indemnizaciones que alivien la ruina de campesinos y pescadores. Porque del mismo modo que la lentitud agrava esta contaminación, la monumental despaciosidad de nuestra justicia acentuará -como en Tous, como en la colza, como a diario- las proporciones de la desdicha.

La manera derrotista y cachazuda con que se abordan los problemas nacionales, esa mezcla de fatalismo e indigencia que deja sin remedio desde la infamia del paro al terrorismo, hace pensar en un país que ha elegido el sentido trágico de la vida mediante la mansurronería de sus autoridades. O un país, en fin, que asume la lógica de lo peor mientras, en la mandanga de las poltronas, se bosteza la incapacidad para hacer nada más.

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