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Tribuna:CRÓNICAS: JUAN CRUZ
Tribuna
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Lágrimas de Einaudi

Juan Cruz

A Ángel GonzálezCuando Rafael Borrás, el editor de Plaza y Janés, leyó, como historiador que es, la lista de los libros que Carlos Barral publicó en su colección Biblioteca Breve sólo entre 1962 y 1963 los espectadores que se congregaron el miércoles en la Casa de América de Madrid para celebrar la vida del editor catalán tuvieron ante sí la verdadera dimensión del homenajeado. Muerto en 1989, en la melancolía de las cosas perdidas, construyó en medio de un océano de lodo un paisaje literario memorable, y creó para siempre un espíritu que revivió ahora su colega italiano Giulio Einaudi con lágrimas. Fue un tiempo político en el que ellos dos -entre otros: allí estaba también Jaime Salinas, el gran editor- confundieron al poder apostando por la mejor literatura; aquel paisaje que tuvo como símbolo en España a Barral, en Francia a Claude Gallimard y en Italia a Einaudi, desata hoy melancolía, un recuerdo que da envidia en medio de la planicie; acaso por ello lloraba Einaudi ante el público de la Casa de América en el homenaje que organizó Rosa Regás. Fue un homenaje vital, lleno de rabia también: se celebraba -como dijo su amigo y colega Rafael Soriano- a un hombre que había perdido, habiendo ganado respeto para la literatura; se celebraba un editor -como diría, en una intervención fulgurante, divertidísimo capítulo de su vida, Alfredo Bryce- que había acometido la locura, en un país mezquino, de apostar por América como lugar de creación del español; alguien lo recordó: él defendía que el español era el mismo en Santiago de Compostela, Santiago de Chile o Santiago del Estero; con esa perspectiva, además, defendió un moderno, abierto espíritu europeo; y se rendía recuerdo, de la mano de Rosa Regás -todos hablaron de la risa de Barral; pero, como recuerda Manuel de Lope en un texto sobre Juan Benet, Rosa y Carlos eran partícipes de la misma risa, y esa risa fue la que le hizo decir a Benet en 1969 que oyéndoles parecía que había acabado la posguerra-, a un editor que convirtió el trabajo en una alegría: daba gusto trabajar con él, decía Esther Tusquets, y también perder el tiempo. Este periódico ya lo contó todo, el jueves, y también la atmósfera que presidió este encuentro en el que de pronto se hizo presente un hombre cuyo triunfo fue la raíz de su fracaso, un ser humano que dejó atrás, como recordaron José Agustín Goytisolo y Alberto Oliart, una particular forma de exigencia personal, para publicar libros, para escribir poesía. Pero lo que hubo, sobre todo -en las lágrimas de Einaudi, en la reivindicación de Javier Pradera o en la de Mario Muchnick-, fue un manifiesto a favor de una figura cultural, benéfica, que se va desvaneciendo en el mundo contemporáneo. Cuando Borrás leyó su lista todos pudimos ver de nuevo la nobleza, la densidad de su riesgo.

En ese instante, el cronista recordó, también, un momento final de Carlos Barral. Le habían derrotado en las elecciones para senador y esa misma tarde había escrito un poema y luego una carta de despedida para el presidente del Senado. El cronista le había ido a proponer que fuera crítico literario de EL PAÍS. Habíamos comido juntos 12 nécoras y él nos miró lejano, enfermo, bello, indiferente. Teníamos en las manos las cáscaras de las nécoras, y también un vaso blanco de vino seco; sus ojos tenían ya entonces el color de la noche que hacía en Barcelona. Antes había depositado en Correos su carta de despedida, melancólico y final, como un poeta; fue entonces cuando dijo: «Jaime -Gil de Biedma- está fatal. Ya no conoce. Ya no conoce a nadie». Terminamos juntos aquella noche de vino seco y blanco, noble, y antes él había lanzado una carcajada total, entonces sin brillo: «Si supieran en Madrid que aquí, en el buzón, se les llama Provincias». En medio de los manteles se dejó una tarjeta con los encargos: una crítica de Azúa, otra de Ferrater, ya veríamos qué iba a hacer en adelante. Dijo: «Lo que hay que hacer es reeditar. Reeditar siempre. Hacerle memoria a la gente».

Murió 10 días después, lo más tarde en noviembre.

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