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Animal político

La política es un instrumento al servicio de la libertad individual y colectiva. Es un artificio inventado por los seres humanos para no quedar sometidos en sus relaciones recíprocas a las reglas ciegas de la naturaleza e ir consiguiendo progresivamente mayores espacios de libertad. Lo que se ha perseguido siempre con la política, desde sus manifestaciones más primitivas hasta las más desarrolladas, es sustituir, en el ámbito de las relaciones humanas, reglas exclusivamente naturales por normas artificiales, es decir, convencionales, producidas por los propios seres humanos. Sin esa sustitución de la naturaleza por el artificio no hay margen alguno para la libertad, es decir, para aquello que nos diferencia de los demás animales. El hombre es un animal político no porque coexista con los demás individuos de su especie, sino porque convive con ellos. Es la política lo que transforma la pura coexistencia animal en convivencia humana. Convivencia que supone compartir unos valores materiales y unas normas procesales que actúan como límites en el enfrentamiento entre los individuos que conviven.

La política es, pues, un elemento reductor en primera instancia y canalizador después de nuestra pura animalidad natural. La política no puede suprimir nuestra condición animal. Pero sí puede someterla a reglas e impedir que la animalidad se exprese sin control.

Esto es algo que el Vicepresidente primero del Gobierno parece no entender. La política para él no es un elemento reductor de la animalidad, sino al contrario, potenciador de la misma. Un animal político no es menos animal que un animal a secas, sino más. En lugar de ser un elemento limitador del sustantivo, el adjetivo político aplicado al ser humano opera como factor multiplicador del mismo. La política no sería por tanto un instrumento para controlar la agresividad humana, sino para potenciarla. Esto es lo que se puso de manifiesto en su comparecencia del pasado miércoles. A quienes están empeñados en que el cainismo sea el principio regulador de nuestra convivencia, su intervención les ha parecido espléndida. Aunque no le conozco personalmente, no me extrañaría que usted también se sienta muy satisfecho de la misma.

No creo, sin embargo, que nadie que tenga un mínimo de sensibilidad democrática pueda pensar lo mismo. La prevalencia de lo animal sobre lo político no ha dejado nunca de despertar una cierta atracción en todo tipo de sociedad, por muy civilizada que ésta sea. Momentáneamente incluso dicha atracción puede ser muy fuerte y en algunos momentos puede llegar a ser irresistible. En España hemos tenido ejemplos de ello en nuestro pasado no muy lejano. Desgraciadamente hay bastantes precedentes en nuestra historia a su manera de entender la política y de ponerla en práctica. No por casualidad Ramiro Rico escribió hace ya bastantes años sobre "nuestra muy hobbesiana condición".

Esto es lo que estamos intentando dejar atrás desde 1975 y en particular desde 1978. Y es lo que usted, Señor Vicepresidente, parece empeñado en que no suceda. La democracia nunca ha sido compatible con el entendimiento de la política como factor multiplicador de la agresividad natural del ser humano. Por eso, su intervención parlamentaria, tan jaleada por los "ultrasur" de siempre, me pareció lamentable. Más todavía. Me pareció incompatible con la condición de vicepresidente de un Gobierno democrático. Con la concepción de la política que usted tiene no se puede ocupar la vicepresidencia del Gobierno. Esa posición lo convierte en algo más que en un peligro para la convivencia pacífica entre los españoles. Es una amenaza.

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