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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A la sombra del ausente

. En un pueblo costero, frente a un inmenso, interminable mar helado y en un único día de febrero, ocho personajes se encontrarán y desencontrarán constantemente. No son sólo ocho personajes: de hecho, cada una de las parejas en que se distribuyen representa una actitud ante la vida. La primera y central, la compuesta por Law y Thompson (madre e hija también en la vida), son el sucederse de las generaciones, la dificultad de cada una de aceptar la vida de la otra, los reproches constantes; la vitalidad momentáneamente truncada por la desaparición de un ser querido (Thompson), el ocaso de la vida en soledad (Law); pero ambas viven a la sombra un ausente.

El sentido de la vida

El invitado de invierno (The winter guest) Dirección: Alan Rickman

Guión: A. Rickman y Sharman Macdonald, según una obra teatral de éste.Fotografla: Seamus McGarvey. Música: Michael Kamen. Producción: Ken Lipper y Edward R. Pressman. Reino Unido, 1997. Intérpretes: Phyllida Law, Emma Thompson, Sheila Reid, Sandra Voe, Arlene Cockburn, Gary Hollywood, Sean Biggerstaff, Douglas Murphy. Estreno en Madrid: cines Carlos III, Palacio de la Prensa, Roxy A, Ideal Multicines (en V. 0. S.)

Con los elementos de cuatro historias, sacados de la obra teatral de la escocesa Sharman Mcdonald, el debutante Alan Rickman (excelente actor, siempre desaprovechado por el cine) compone una personal sonata invernal en sordina, una entre admirada y dubitativa reflexión sobre el sentido de la vida hecha más de omisiones que de mostración, más de silencios que de estallidos, más de oscuras intuiciones que de certezas. Esas historias, de espesor dramático desigual y frecuencia irregular, se alternan para crear un clímax que, es ése uno de los puntos negros de la función, seguramente funciona bien en teatro (la obra se estrenó, con gran éxito, en la Leeds Playhouse y el mítico Almereida londinense), pero ciertamente no tan bien en el cine: la palmaria iconicidad de la imagen reduce casi al ridículo la sugerencia, muy forzada, que contiene el final.

Por lo demás, el problema general del filme, compuesto con primor, con momentos de belleza y originalidad que son mérito más del director que de la obra -la manera de enlazar, desde un plano objetivo hasta uno subjetivo la primera visión que la madre tiene del mar helado con el sueño de su hija, en la primera secuencia del filme, por ejemplo- es la difícil conversión de la obra teatral a un ritmo cinematográfico que deja menos lugar a la construcción de los personajes por parte del espectador. El filme tiene largos momentos en que queda paralizado, demasiado atado en su autonomía a los silencios de unas criaturas de las que poco sabemos.

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