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Kofi Annan lleva la ONU al corazón de EE UU

Kofi Annan conoce bien Estados Unidos, país en el que cursó estudios universitarios, y sabe que la superpotencia detesta que organismos supranacionales den la más mínima impresión de que le dictan su conducta, aunque esos organismos estén radicados en Nueva York y hayan sido fundados por ella. Pero, precisamente porque conoce este país, Annan sabe también que el mejor modo de ganarse a los estadounidenses es ir a sus casas y hablarles con el corazón en la mano. Es lo que está haciendo esta semana, en una gira por San Francisco, Hollywood y Houston destinada a ganar apoyo popular para la causa de Naciones Unidas. Aunque otros secretarios generales de la ONU han viajado por EE UU, Annan es el primero en hacer una gira de este tipo. El estadista africano predica que él ha cumplido su parte del contrato -la puesta en marcha de la reforma de la ONU- y que ahora le toca a la clase política de Washington cumplir la suya: pagar los más de 1.500 millones de dólares (225.000 millones de pesetas) que EE UU debe a la organización internacional.

Y en el camino recluta personalidades estadounidenses para que, con el título de «mensajeros de la paz», desempeñen el papel de embajadores oficiosos de la ONU en su propio país. Uno de los primeros reclutados es Magic Johnson, el ex jugador de baloncesto afectado por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH).

Atacar a la ONU parece garantía de éxito popular en EE UU, y defenderla, cosa de valientes. Las milicias ultraderechistas predican que la ONU conspira para sustituir el liderazgo mundial de EE UU por el suyo propio y el Partido Republicano, mayoritario en el Congreso, cuenta con no pocos líderes, incluido el senador Jesse Helms, que dicen pestes a diario de la organización cuyo nacimiento apadrinó Franklin D. Roosevelt.

A finales de febrero, cuando Annan alcanzó en Bagdad el acuerdo con Sadam Husein que evitó la Operación Trueno del Desierto, no pocas voces se alzaron en el Capitolio para pedirle a Bill Clinton que no lo aprobara. Muchos congresistas lo tildaron de inaceptable precisamente por haber sido negociado por el secretario general de la ONU.

Annan es lo suficientemente sabio para cerrar la boca, pero sus colaboradores no ocultan que no se le escapó que EE UU, el país que le aupó al puesto, fuera el más rácano a la hora de transmitirle felicitaciones por el acuerdo de Bagdad. Pero si Annan calla al respecto, habla, y con creciente firmeza, sobre la necesidad de que EE UU pague a la ONU los más de 1.500 millones de dólares que le debe. Aunque Clinton haya hecho de ese pago una cuestión prioritaria de su segundo mandato, el Congreso se niega a aflojar la cartera.

El secretario general, según sus colaboradores, cree que la impopularidad de la ONU entre la clase política de Washington no es tan compartida como se cree en el resto del país. Y por eso, acompañado de su esposa, la pintora sueca Nane, se ha puesto en marcha. En San Francisco cenó el domingo con el ex secretario de Estado George Schultz y el alcalde Willie Brown, y el lunes pronunció tres conferencias, una de ellas en Berkeley. El martes se fue a Hollywood, a predicar entre productores, directores y actores. Hoy, en la última etapa de su gira, el secretario general se desplazará a Houston. Allí será el invitado de James Baker, actual mediador de la ONU en el Sáhara Occidental, y se entrevistará con el ex presidente George Bush.

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