Los 34 "truenos silenciosos" de Gran llenan de misterio el Conde Duque
Madrid exhibe 22 años de trabajo del pintor cántabro
Son 34 explosiones de energía y color. Formas misteriosas que brotan de paisajes inquietantes, o de lugares luminosos. ¿Son cuadros abstractos? ¿Surrealistas? Quizá esas dos cosas y muchas más. Francisco Nieva los llama truenos silenciosos, pero también aullidos místicos. Miguel Logroño cree que forman un mundo enigmático y metafísico, "que presta voz al tiempo". Y el propio Enrique Gran (Santander, 1928) se define como un pintor raro, "surrealista a mi manera inocente, y realista dentro de mi desconexión de la realidad". El artista muestra ahora 22 años de trabajo en el Cuartel del Conde Duque, de Madrid.
Enrique Gran es un hombre fornido y alto, de manos poderosas, que anda lidiando con una fatiga enorme que le impide moverse y hablar con facilidad. Pero abre la puerta vestido de pintor y su modesta casa-estudio del parque de San Juan Bautista está atestada de cuadros, bastidores, pinceles y olor a pintura fresca. Curiosamente, todas las obras, menos dos pequeñas, están cara a la pared. Según cuenta, suele trabajar simultáneamente en 15 cuadros, un método que parece un antimétodo. "Lo hago así para saber, cuando tengo éxito con uno, que ya puedo darle la vuelta a otro sin miedo a cargármelo y a no ser valiente con él. Entonces lo cojo otra vez y veo bien dónde falla y lo que le falta, y le meto unos espatulazos que lo dejo temblando". El rito dice bastante sobre el origen de ese mundo extraño y alucinante de Gran. "Mis cuadros no cuentan nada. Bueno, cuentan, pero su nacimiento viene de un no querer contar. Si tuviera que poner una forma o un ritmo prede terminado que tuviera que ver con lo que quiero contar, eso me condicionaría. Aunque parezca mentira, tengo que estar mucho tiempo pintando sin una idea concreta. Y sí llevo medio cuadro ocre y de repente necesita ser azul, hay que hacerle caso".
Inocencia
Se diría que Gran espera a que su pintura se haga sola. "Intento que salga del subconsciente sin una idea preconcebida, con una actitud que se asemeja a la inocencia porque no tiene intenciones manipuladoras. Se trata de buscar una expresión y un mensaje de un mundo que no sé cómo es, pero que tiene que ser bello". Esa forma de contar cosas "desde el no querer", esa pasión por el automatismo, le acercan y le alejan a la vez del viejo juego surrealista. "Dalí, por ejemplo, partía de una idea anterior, era un pintor muy literario. Tenía una idea cojonuda en la cabeza y la pintaba. Lo que tiene mi pintura de surrealista, que lo tiene, lo tiene sin buscarlo".
Aprendiz de dibujo por correspondencia, Gran estudió después en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, donde se hizo amigo de Antonio López -a quien acompañó lúcidamente en El sol del membrillo, la película de Víctor Erice-, de Lucio Muñoz... Una generación con la que Enrique Gran comparte, según dice el artista, una ideología ética y estética. "Antonio y yo somos muy parecidos. Tenemos el mismo compromiso con la belleza, con ese estar llenos de pintura. Él, dice que yo pinto la piel de las cosas. Pero, aparte de lo que digan los cuadros, dentro de mi mundo, que no tiene ninguna conexión con la realidad, también yo soy realista. Él es igual, pero dentro de su mundo. Y nuestra luz se parece mucho".
La muestra, que organiza el Ayuntamiento de Madrid y patrocina la Fundación Marcelino Botín, se puede ver hasta el 4 de junio.
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