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Aznar privilegiado

¿Cuántos de sus colegas hubieran querido compartir con el premier británico, Anthony Blair, las primeras impresiones del histórico acuerdo alcanzado la madrugada del Viernes Santo en el castillo de Stormont? Pero se impone reconocer que fue sólo el presidente del Gobierno, José María Aznar, quien tuvo el privilegio de recibir esas confidencias convirtiéndose en anfitrión suyo en Doñana. Recordemos que se hicieron muchos pronósticos aciagos sobre la actividad internacional del líder del PP cuando competía como candidato a la presidencia, pero acaba de dar una sorpresa de ésas que necesitan amplia preparación y demuestran sentido de la oportunidad. Ahora que los acuerdos de paz logrados en el Ulster suscitan el interés y se someten al análisis de expertos y aficionados debemos suponer que la interpretación auténtica facilitada por Blair, su principal campeón, habrá sido ilustrativa para Aznar, más aún si como se ha informado la conversación ha transcurrido en francés para mayor comodidad de los dos interlocutores del Coto, que hablan esa lengua de manera fluida.Un sabio académico y autoridad mayor en anglicismos, Emilio Lorenzo, en un reciente artículo de la tercera del diario Abc se refería con oportunidad a los diminutivos que prefieren para ser denominados los altos dignatarios de la política de ahora. Así mencionaba algunos casos notables acompañados de sus equivalentes en castellano, como los de Jimmy Carter (Jaimito) o Bill Clinton (Guillermito) pero al llegar al de Tony Blair se le adivinaba algún titubeo antes de asignarle la traducción de Toñín. Nada ha trascendido sobre estos detalles privados, pero por parte española se descarta que haya sido aceptado el hipocorístico Pepe, ni siquiera en situaciones de intimidad como las de estas vacaciones. Como mucho se habrá llegado para mantener el clima de confianza que sugiere el uso de Tony a la invitación recíproca de "puedes llamarme Jose", pronunciado con acento en la primera sílaba.

En todo caso, estas envidiadas jornadas Aznar-Blair de ecología en familia con escapadas de Ana y Cherie a la bulla procesional de la madrugá sevillana y oportunidades sin cuento para conversaciones informales han sido un ejemplo para todos y conceden una clara ventaja comparativa del presidente respecto a las versiones de segunda o tercera mano a las que han debido resignarse otros interlocutores -ya sean de los partidos con implantación en toda España o sólo en las vascongadas- que desde cualquier ángulo crítico o encomiástico se han sentido interesados al máximo por los citados acuerdos de Belfast. Ya sea para ponderar analogías, o para resaltar diferencias con la situación y los horizontes del País Vasco todos hubieran deseado lucir a su lado estos días a quien en cada caso consideran sus homólogos.

Cómo hubieran lucido el domingo, fiesta del Aberri Eguna, en la Feria de Muestras de Bilbao junto a Xabier Arzalluz aquellos firmantes de Stormont que él mismo hubiera considerado más afines al PNV y que aquí eludimos mencionar evitando susceptibilidades. Y -lo mismo cabe decir del impacto que hubiera tenido en los otros actos separados que bajo la misma invocación celebraron en San Sebastián las huestes de EA y en Pamplona las de HB, una desfasada coalición a cuyo retraso informativo y mental debe apuntarse que desvirtuara la paz de Irlanda del Norte vitoreando hasta la afonía a los asesinos propios e incitándoles a continuar por los caminos del terrorismo sangriento al que sus colegas irlandeses de variado signo acababan de renunciar para siempre.

Cuando llegan los momentos de experimentar la política con mayúsculas y de tratar con los colegas del exclusivo club de los presidentes, allí donde se siente el peso de la historia, qué lejos quedan los balconcillos de Carabaña y qué libertad de acción y de respiración Í se cobra en otras compañías saluda bles, fuera del alcance de quienes pretenden convertir pasados apoyos, a veces inconvenientes, en el ejercicio de una permanente tutoría sobre meno

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