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Els Comediants clausura el festival de teatro de Bogotá

Después de cuatro años de prohibición del uso de la pólvora en Bogotá, Els Comediants volvió a llenar con chispas de colores un retazo de cielo bogotano. Las dos caras del teatro -la tragedia y la comedia; la alegría y el llanto-, un carnaval lleno de color, máscaras y 500 kilos de pólvora, fue la obra encargada de cerrar el Festival Iberoamericano de Teatro, el domingo por la noche. Los registros al público, que crearon largas colas;la agresiva presencia de la Policía Montada, que precedía la llegada del montaje, y los cambios en el horario impidieron, sin embargo, el pleno disfrute del espectáculo, que convocó a una multitud de bogotanos.La obra fue ideada para celebrar los 10 años del festival, el más importante de América Latina. "Este festival nos ha hecho reir y llorar", dijo Jaime Bernarded, director artístico del grupo catalán, que ha cerrado tres veces este encuentro teatral. "El festival ha creado necesidad, ha enseñado, ha 'hecho escuela", repitió mientras' iba y venía, dando órdenes, por la vieja plaza, en pleno corazón de la capital.

Ricardo Camacho, director del Teatro Libre de Bogotá, no vacila en afirmar que el festival "desparroquializó'' el teatro colombiano y latinoamericano. "La gente de teatro que no podía salir al exterior estaba completamente marginada condenada a inventar lo que ya estaba inventado".

Historias inéditas

Camacho analiza también las ventajas del teatro que se hace en estas latitudes. "Es un teatro que tiene la posibilidad de decir mucho más, porque las historias de estos países no han sido contadas. El teatro europeo, el de las grandes metrópolis, se ve cansado; no tiene mucho que decir, se disuelve cada vez más en, un formalismo, en unos discursos perfectamente extravagantes y en una dependencia de la tecnología". Fue precisamente el uso de la tecnología una de las grandes discusiones del festival, en cuyo programa estuvieron montajes de Robert Wilson o del grupo canadiense Carbono 14. Este año la delegación más numerosa fue la de España. La crítica fue dura con Lluís Pasqual en sus dos montajes Ideados como homenaje a Federico García Lorca. La oscura raíz, un recital interpretado por él y la uruguaya Estela Medina, fue calificado por Manuel Drezner, del diario El Espectador, como "una enunciación de unos textos aislados del poeta en forma desordenada y sin que se viera ningún propósito, ningún plan, ninguna lógica en lo que se estaba haciendo"., Bernarda-Guernica, montaje de danza interpretado por Antonio Canales, puso en pie al público pero dividió a los críticos. Y el grupo catalán de teatro callejero Sarruga tuvo en contra la suerte. Un paro de camioneros retrasó la llegada del utillaje y la lluvia -torrencial en abril- casi estropea sus gigantescos insectos de papel. Pero cuando logró mostrar su espectáculo en los parques de la ciudad consiguió hechizar al público

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