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Al filo de la nada

El que no fue salió ganando. La verdad, es que habría dado igual no ir. Se solía decir que en las corridas de toros siempre se ve algo, pero eso era antes. Las corridas de toros se montan ahora con tan escasa profesionalidad y tal ausencia del sentido del pudor, que acaban situándose al filo de la nada. La mayoría de las corridas de toros de la época presente no valen un duro.Al precio que tienen las entradas, el toreo debería de ser canela en rama, los toros diamantes en bruto. Y, sin embargo, los toros que sueltan son una ruina; el toreo que les hacen resulta de una espantosa vulgaridad. De aquellos polvos vienen estos Iodos. Se empezó por abrir la mano en lo que se refiere a la pureza de la lidia, un ministro se sacó de la manga el reglamento que dejaría en la más absoluta impunidad el fraude, otros políticos establecieron un pacto vergonzoso con ese club de privilegiados llamado CAPT para que los ganaderos que afeitan no pudieran ser multados, y la consecuencia es ese toro habitual en las plazas que no tiene media torta.

Hernández / Esplá, Finito, Cervantes

Cinco toros de Gabriel Hernández (uno devuelto por inválido), anovillados, inválidos, descastados. 2º sobrero de Ortigao Costa, anovillado e inválido. 5º de Palomo Linares, bien presentado, manejable. Luis Francisco Esplá: estocada y descabello (silencio); estocada tendida atravesadísima que asoma, dos pinchazos y dos descabellos (silencio). Finito de Córdoba: estocada atravesada que asoma (palmas y pitos también cuando saluda); pinchazo y estocada trasera baja (silencio). Paco Cervantes, que confirmó la alternativa: pinchazo, estocada, rueda de peones y descabello (palmas); estocada recibiendo (ovación y salida al tercio).Plaza de Las Ventas, 12 de abril. Dos tercios de entrada.

De aquellos polvos, sí, vienen estos Iodos. Se empezó por decir que el toreo era cualquier cosa, que importaba lo mismo torear que pegar pases corriendo por ahí, se encumbró a unos cuantos artífices de semejante vulgaridad y la consecuencia es ese toreo empobrecido, adocenado, monótono, sin emoción ni grandeza, en que han convertido el arte de torear.

Luego pretenden disimular el desastre regalando orejas, pretendiendo que a esos triunfos los llamen gestas. Y así va tirando la fiesta. Va tirando para abajo, evidentemente. Y llegará el día en que toque fondo y ya no haya manera de sacarla de allí.

Las Ventas venía siendo una excepción, mas ya está pasando a la historia. En Las Ventas salía el toro y ya está saliendo la cabra. La corrida que presentaron para solemnizar la tradicional fecha del Domingo de Resurrección fue una burla a los aficionados madrileños, un insulto a la categoría del histórico coso.

La corrida llegó con pinta de novillada, sin trapío, ni fuerza, ni casta. Su sitio era el matadero, no una función de pago. Con semejante ganado apenas nada de cuanto sucedió en el ruedo tuvo interés. Salían picadores y estaban de adorno, lo cual planteaba una situación surrealista, con lo feos que son. Sólo apareció un toro de hechuras y cierta fortaleza, que hizo quinto -hierro Palomo Linares- y el individuo del castoreño lo pasó por las armas. Lo pasó acribillándole el espinazo y desgarrándole los lomos mediante feroces lanzadas.

Aunque medio descuartizado, el toro embistió manejable, si bien no tanto que perimitiera confiarse a Finito de Córdoba. Antes al contrario, Finito de Córdoba lo muleteó por derechazos -la izquierda, ni tocarla- más pendiente de quitarse que de reunirse.

Al toro segundo le hizo Finito faena más aseada. No mucho, pues una sóla serie de naturales que intentó la dio trompicada y entre las numerosas y desiguales tandas de derechazos en que basó su faena pocos le salieron con fundamento.

Iba de maestro Esplá y la maestría consistió en capotear bregando sin estrecharse a la verónica, en plantear la suerte de varas colocando cerca de Barcelona a un inválido, en muletear movido con mucha conversación, en echarse fuera a la hora de matar y cobrar un espadazo atravesado que le salió al invalidado cuarto por el lomo. También banderilleó, con las facultades y los conocimientos propios de su maestría, pero la invalidez del toro le restaba méritos.

El toro de la alternativa llevaba aires de utrero, no se tenía en pie y apenas nadie hizo aprecio de la voluntariosa faena de Paco Cervantes. En cambio al sexto, un manso que huía a tablas, Cervantes le desengañó de la querencia ligándole los pases en una faena muy serena, muy técnica y muy torera. No es que fuera mucho pero, como decía un aficionado, menos da una piedra.

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