El Constitucional obliga a Yeltsin a mantener en Rusia el botín confiscado a la Alemania nazi
Borís Yeltsin va a tener muy difícil, por no decir imposible, cumplir la promesa que le hizo a su amigo el canciller germano Helmut Kohl de devolver los tesoros confiscados por el Ejército Rojo en Alemania durante la II Guerra Mundial. El Tribunal Constitucional, en una de las raras ocasiones en que se ha atrevido a llevar la contraria al líder del Kremlin, dictaminó ayer que éste tiene que firmar la ley que declara que esas obras de arte son "patrimonio de la Federación Rusa" en concepto de compensaciones de guerra. El Gobierno alemán exigió ayer de nuevo el botín.
La decisión se basa en que el presidente no tiene derecho a negarse a firmar una ley que ha sido aprobada en dos ocasiones por las dos cámaras del Parlamento. Yeltsin, que vetó ya una vez el texto, basó su recurso en irregularidades de procedimiento, pero su objeción es de fondo: que no puede contradecir los tratados internacionales suscritos tanto en tiempos de la URSS como de Rusia, su heredera legal. Sin embargo, el Constitucional no se ha pronunciado sobre el fondo del asunto, lo que deja a Yeltsin la posibilidad de apuntarse el triunfo definitivo. Antes, sin embargo, deberá firmar la ley. El Parlamento tiene a su lado a la opinión pública, a la que le importa un bledo el interés de Yeltsin por quedar bien con Kohl o con el presidente francés, Jacques Chirac, con los que intenta consolidar una troika para plantar cara a la hegemonía norteamericana. Para la mayoría de los rusos, esos tesoros suponen una mínima compensación por el expolio y la destrucción que los nazis causaron en la URSS, que pagó un duro tributo a los invasores: 27 millones de muertos. Además, la ley no descarta la cooperación con terceros países ocupados por los nazis, lo que deja abierta la puerta, por ejemplo, a un acuerdo con Francia.El grueso del apetitoso bocado, no exclusivamente artístico, está constituido por colecciones capturadas por las tropas rusas en museos de Berlín, Dresde y Bremen. Pero también pinturas y documentos procedentes de Francia, Holanda, Austria y otros países. Tal vez la colección más notable de estos fondos, de centenares de miles de piezas, sean las joyas de Príamo que el descubridor de Troya, el germano Heinrich Schliemann, se llevó a su país desde Turquía ilegalmente.
Pero hay mucho más, desde una Biblia de Gutenberg hasta obras maestras como La plaza de la Concordia (Degas), La casa blanca de la noche (Van Gogh), Piti Teina (Gauguin), En el jardin (Renoir), Bañistas (Cézanne) y otras de Pissarro, Matisse, Manet, Corot, Curbet, Delacroix, Goya y Picasso. Muchas permanecieron ocultas al público durante medio siglo, lo que convirtió en deslumbrantes acontecimientos exposiciones como la del tesoro de Príamo en el Museo Pushkin de Moscú y la de impresionistas franceses en el Ermitage de San Petersburgo.
El momento elegido por los jueces para emitir su dictamen no podía ser más delicado, en plena crisis por la destitución del primer ministro, Víktor Chernomirdin, y la propuesta como sucesor de un tecnócrata de 35 años casi desconocido llamado Serguéi Kiriyenko. Hoy mismo, Yeltsin tiene convocada una crucial reunión de la Mesa Redonda, que incluye a los principales líderes políticos del país, para intentar despejar el camino para la aprobación de su candidato en la Duma.
En tales circunstancias, el tanto que la oposición parlamentaria, con los comunistas al frente, se apunta con la decisión del Constitucional tiene un alto valor simbólico: el de que no siempre Yeltsin logra salirse con la suya. Además, este jueves, el mismo tribunal podría pronunciarse, según uno de sus miembros, sobre otra cuestión: si el presidente tiene o no derecho a optar a un tercer mandato. La Constitución dice que no, que el máximo es de dos, pero la duda surge en torno a si debe contabilizarse el primero de Yeltsin, elegido en 1991, en tiempos de la URSS y con la Constitución soviética vigente. La portavoz del tribunal, Anna Malisheva, dijo ayer que es probable que el jueves se fije una fecha para tratar el tema, pero que éste no está en la agenda.
Un dictamen contrario al líder del Kremlin despejaría la principal incógnita de la vida política rusa y abriría de lleno la campana presidencial del año 2000, en la que, de momento, casi son mayoría los candidatos que niegan querer serlo que los que, como Chernomirdin, lo confiesan abiertamente.
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