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Reportaje:

África vuelve a escena

La visita de Clinton reabre oportunidades políticas y económicas para un continente perdido

Alfonso Armada

, Los tópicos han devorado África. En los últimos tiempos, el continente parecía abonado a un canal temático de muerte y desolación, una ventana por la que sólo asomaban cadáveres y niños de ojos impasibles que servían de abrevadero a las moscas más crudas del universo. Cierto que los 11 días en los que Bill Clinton ha recorrido seis países subsaharianos (mañana vuelve a Washington) permiten una lectura de política interna norteamericana, no en vano los 34 millones de afroamericanos se cuentan entre los votantes más fieles del inquilino demócrata de la Casa Blanca. Pero el más largo viaje de su mandato y el más extenso de un presidente de EE UU a un continente condenado en las estadísticas y en los tópicos ha vuelto a "poner a África en el mapa".El gesto del líder de la primera potencia ha servido para que el mundo echara otra mirada sobre la región más doliente: un espacio donde se han logrado progresos políticos y económicos, como demuestran Botsuana y Suráfrica, y en menor medida, Senegal, Uganda y Ghana, escalas todas ellas de Clinton, junto a la todavía atormentada Ruanda, donde Clinton aprovechó para entonar un mea culpa por la parálisis culpable de Occidente en el genocidio de 1994.

El Banco Mundial indicó que el viaje del presidente "simboliza el hecho de que África ha hecho grandes progresos". En los últimos tres años, el producto interior bruto del continente negro ha sobrepasado el 4%, mientras que los índices demográficos se han situado en torno al 3%, lo que permite, por primera vez en una generación, un aumento de la renta per cápita de cada africano, como ha destacado Callisto Madavo, vicepresidente para Africa de la poderosa institución crediticia. Unas cifras que invierten el crecimiento negativo de años anteriores, pero todavía alejadas del 7% al 10% necesarios para empezar a vislumbrar un retroceso de la pobreza.

Algunos analistas surafricanos (la verdadera potencia regional, con un líder como Nelson Mandela, de talla mundial) se han apresurado a proclamar que "la gira clintoniana ha sido buena para él", pero que Ios réditos para Suráfrica y el resto del continente serán escasos". Tanto Mandela como su sucesor, el vicepresidente Thabo Mbeki, no sólo reclamaron ante el hombre de Washington una "democratización de la ONU", sino que denunciaron un "sistema financiero global desorganizado y depredador", y se negaron a admitir que "la solución para África" sea "sustituir ayuda por comercio". Mbeki hizo hincapié en que es indispensable que el continente reciba inversiones para comerciar y competir en condiciones menos desfavorables.

Tras el crack de los tigres asiáticos, ojeadores de nuevas reservas para el libre comercio han vuelto a fijarse en la última frontera africana, un territorio del que, sin embargo, las multinacionales (norteamericanas y francesas sobre todo) no han estado ausentes. Clinton no necesitó ser arrogante, porque no es su estilo, aunque su séquito de casi mil personas (entre ellos 250 periodistas) se encargó de degradar los periplos bianuales de Jacques Chirac a una suerte de viaje de inspección de un subprefecto. Pero el presidente de EE UU ha sido exquisito para no encorajinar más al gallo francés, acostumbrado a hablar de África como de su coto privado y hoy en horas políticas bajas. París se equivocó al apoyar hasta el último minuto al régimen genocida de Ruanda o al dictador zaireño Mobutu Sese Seko.

Corrimiento político

El corrimiento político que ha fracturado el continente ha propiciado que nuevos líderes, como Yoweri Museveni en Uganda, Paul Kagame en Ruanda o Laurent Kabila en la República Democrática de Congo (antiguo Zaire), hayan impuesto su ley. Echan en cara a París su sordera cuando sátrapas asiduos del Elíseo sojuzgaban a sus pueblos, pero admiten las virtudes del capitalismo, cortejan al Fondo Monetario Internacional y no se avergüenzan de haber llegado al poder por la fuerza ni de buscar formas de democracia ajenas al canon occidental. Clinton ha comprobado en carne propia que dirigentes como Kagame o Kabila no se dejan manejar. Con esos líderes, y con la nueva Suráfrica de un Mandela que no admite lecciones sobre sus amistades (léase Libia, Irán o Cuba, que apoyaron su lucha contra el apartheid), o con Senegal, socio privilegiado de Francia, y con un Ejército capaz de nutrir la ansiada fuerza de pacificación interafricana que París y Washington impulsan, es con quien EE UU quiere volver a poner a África en el mapa. O como Botsuana, la democracia más estable de Africa y un ejemplo de que un continente en paz puede hallar en el turismo una inagotable fuente de riqueza para salir de la condena.

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