Decibelios
Casi cuatro millones de madrileños sufren más ruido del que se puede soportar. Lo sospechábamos, pero ahora tenemos ya un diagnóstico de la Universidad Politécnica, un informe médico como el que dice. Por nuestra parte, siempre hemos pensado que los pacientes han de conocer toda la verdad, aunque les haga daño.-Lo que le pasa a su padre es que tiene mucho ruido.
-¿Cree usted que debemos decírselo?
-Da igual, no les va a oír.
Lo malo del ruido es que normalmente ataca a la cabeza y no le deja a uno concentrarse en nada. Personalmente, prefiero el ardor, que por lo general actúa en el estómago, o el lupus, que sólo afecta a la mucosa. Si el. ruido se localiza en el colon o en el dedo gordo del pie, no me importaría, pero un encéfalo sometido al fragor de una ciudad ya de por sí tan sucia, es un víscera echada a perder para vos y para mí. Y cuatro millones de personas con ruidos son muchos millones: más de la mitad de los habitantes escuchando golpes dentro de la cabeza todo el rato.
Durante una época de mi vida trabajé en temas relacionados con la comunicación, y lo primero que te decían los expertos es que los mensajes tenían que ser claros, diáfanos, con los bordes mejor delimitados que los de un recortable porque el ruido los echaba a perder. Nos dedicábamos, pues, a crear canales insonorizados para que los comunicados de la dirección general o de la presidencia llegaran impolutos (qué palabra) a su destino. A veces era peor el remedio que la enfermedad, pues hay directores generales y presidentes que no dicen más que tonterías, pero nos pagaban por eso, y en cuanto veíamos un ruido lo aplastábamos con el pie, como a una cucaracha. Ahora pienso que si los hubiéramos guardado en una jaula, nos podríamos forrar vendiéndoselos al gabinete de Prensa del Ayuntamiento: lo peor de Álvarez del Manzano es que, al entendérsele todo, se le ve la nada de su composición cualitativa y cuantitativa. Si hay algo peor que el ruido es el vacío. A veces conoces a gente que vive en las zonas privilegiadas de la ciudad, donde no llegan los decibelios, y, sin embargo, tiene una mirada desocupada, expedita, que está pidiendo a gritos un relleno, aunque sea de fieltro, para producir al otro una sensación de actividad neuronal.
Pero, claro, eso no tiene nada que ver con el ruido de Majadahonda, Las Rozas, Pozuelo de Alarcón, Móstoles, Torrejón de Ardoz, Getafe, San Sebastián de los Reyes, etcétera, que produce a sus habitantes, según los casos, nerviosismo, trastornos de sueño, pérdida de concentración o menor rendimiento en el trabajo. Dios mío, cuatro millones de personas, cuatro, y sólo en Madrid, están sometidas a un estruendo que sobrepasa el límite tolerado por la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud.
-¿Piensan hacer algo al respecto?
-Estábamos esperando el diagnóstico. Ahora hay que ver si la medicación está incluida en el catálogo de prestaciones de la Seguridad Social. Cada cosa a su tiempo.
En esto, un helicóptero de la policía entra por una ventana de un cuarto de trabajo y sale por la otra, dejándole la habitación llena de ruidos. Voy detrás de los decibelios con un zapato en la mano. A un ruido lo puedes aislar y arrancarle las alas o las patas, pero un decibelio (la misma palabra lo dice) es una cosa espiritual, inmaterial, anímica: un ángel, en suma. No puedes acabar con un querubín, aunque sea un querubín diabólico, por los sistemas de aplastamiento tradicionales. Y si los remueves es peor, porque se te meten por los oídos y las fosas nasales, desde donde alcanzan la bóveda craneal, que es su destino. Una vez allí, no hay forma de desalojarlos, ni siquiera con la lectura de un poema de Rilke. Así estamos cuatro millones de personas, cuatro.
-¿Qué dice usted que tengo, doctor?
-Ruido.
-No le oigo.
De eso se trata, de que no nos entendamos. Lo que pasa es que esta vez nos han dado el diagnóstico por escrito y lo ha publicado este periódico. ¿Qué hacer?
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