Triunfo de Mahler, Frühbeck y Berganza

La reaparición de Frühbeck de Burgos al frente de la OCNE como su director emérito despertó evidente interés, acrecido por la intervención de Teresa Berganza. En el programa, una sola partitura: la Tercera sinfonía, de Gustav Mahler. Me informan que por vez primera desde hace 15 años se han agotado las localidades para los tres días del concierto.La comunicación del director burgalés con el público fue grande y efectiva desde el primer momento, gracias a dos datos principales: orden y brillantez, que si en sus años juveniles se tornaba abierta espectacularidad, hoy acusa una mayor introspección propia de la madurez y la larga experiencia. Bien se advirtió en la concepción y realización de los complejos y bellísimos pentagramas de la Sinfonía número 3.

Narrativa por la misma naturaleza del discurso, quizá sería momento de suprimir las indicaciones programáticas de la obra, tal y como quería Mahler y atendieron los editores. Basta la música, cualquiera que sea la incitación o sugerencia que la produjo o condicionó. Siempre quedará claro que en sus grandes líneas esta sinfonía enfrenta dos grandes partes diversificadas en la intención y la forma.

La primera es un monumental movimiento introspectivo e investigador en "el alma del alma", por decirlo juanramonianamente. En los cinco movimientos de la segunda parte, el compositor contempla y canta la naturaleza con mirada abstracta o evocando temillas Populares de los que hace materia base para una lírica plenamente mahleriana. Esto, la formidable imaginación instrumental y el descubrimiento de nuevos puntos de vista para el manejo del tiempo, abonan la maestría de Mahler. Y debemos entenderla, como pedía Schönberg, desde criterios estrictamente musicales.

En el cuarto número, la mezzo canta palabras de Nietzsche y Teresa Berganza lo hizo con calidades superlativas. Ya es medida para una artista de naturaleza y sabiduría alcanzar altas cotas tanto en Rossini como en Mahler. En el movimiento siguiente, el Coro Nacional y la Escolanía del Recuerdo entonaron el jubiloso fragmento de El muchacho de la trompa maravillosa y, al final, Mahler nos sume en esa emoción/sensación, tensa e irresistible, que decide sus mejores tiempos lentos. El éxito fue total y las ovaciones se prolongaron largamente.