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Reportaje:

"Siempre he sentido que llegaba tarde a todo"

Colgada en la esquina inferior derecha del espejo del camerino de Robert Redford hay una foto en blanco y negro de Samuel Beckett. El gran escritor irlandés de la desesperanza existencial tiene un aire belicoso e impasible; su rostro es una lápida cayéndose a pedazos y surcada por profundas grietas. Nadie imaginaría que éste es el rostro que a una superestrella de Hollywood conocida por interpretar papeles románticos y alegres le gusta que le devuelva la mirada cada vez que se cepilla el pelo.Al menos no mientras dure el actual proyecto en el que trabaja Redford. El hombre que susurraba al oído de los caballos, un melodrama de elevado presupuesto y elevadas emociones basado en la descaradamente cursi novela del mismo título de Nicholas Evans. The horse whisperer -por la que Touchstone Pictures va a pagar cerca de veinte millones de dólares a Redford para que la produzca, dirija y protagonice- no es Beckett ni nada que se le parezca, y el papel de Redford como un bondadoso granjero de Montana con un don para tranquilizar a animales traumatizados es francamente heroico y ardientemente optimista. Según Redford, la película va de "curación", un filme acerca de las "texturas del Oeste".

En el penúltimo día de rodaje, Redford, de 60 años, respondía animosamente a preguntas acerca de su carrera, a pesar de las interrupciones de varios miembros del equipo que llevaban auriculares puestos. "Mi primera ambición era ser pintor y vivir en Europa", dice. "En cualquier caso, cuando empecé a convertirme en actor sentía que algo tiraba de mí. Me sentía avergonzado. Estaba en pugna. Había sido criado en un ambiente bastante cínico de la costa Oeste y no me tomaba para nada en serio el mundo del espectáculo. Me refiero a que en el colegio me rechinaban los dientes cuando veía a mis compañeros de clase subidos en un escenario con el pelo lleno de betún".

"Lo que me interesaba de la interpretación eran los personajes. La habilidad era importante. Era lo que hacía falta para. llegar a Hollywood. Hacías de aprendiz en Nueva York, en el teatro, y luego trabajabas en televisión. Gracias a Dios, empecé al final de todo eso: el teatro de narraciones sencillas y cuerpos en el espacio desapareció rápidarnente".

Decir que Robert Redford encarna una contradicción es ponerlo suavemente. Que el mismo, ser humano pudiera, como aquel que dice, inventar el movimiento independiente y luego protagonizar Proposición indecente, producto ínfimo allá donde los haya, no indica versatilidad, sino algo más parecido a un desorden profesional bipolar.

A pesar de tener asegurada su posición en la cima, algo le corroe. "Siempre he tenido la sensación de que llegaba tarde, de que me he perdido algo: la escena artística parisiense en los años veinte, la comunidad neoyorquina de la televisión en los cincuenta. Tan pronto como me introduje en ella, desapareció y cedió el paso a los sesenta. Tal vez eso es lo que es todo esto: mi forma de recrear una comunidad".

El "esto" a que se refiere Redford es Sundance, su refugio de artistas en Park City, Utah, en parte zona de esquí y en parte complejo familiar.

Redford cuenta cómo nació Sundance, el sitio, y cómo el sitio se convirtió en el instituto y cómo el instituto se transformó en el festival. Redford descubrió por primera vez este cañón cuando estaba cazando pumas en los años sesenta. Primero compró casi cinco hectáreas para él. Siguió comprando y añadiendo más terreno, y, cuando oyó hablar de grandes planes de urbanización que iban a cubrir las laderas de filas de casas de madera, se asoció con un par de financieros y compró en total cerca de 12.500 hectáreas.

"Era un negocio desastroso, pero no me importaba", dice. "No tenía ni idea de cómo iba a poder pagarlo. Sólo quería que no se tocara aquel sitio. Era un ingenuo. Pensaba que podía conservarlo simplemente, sin hacer nada".

Fundó el instituto en 1980 con dos objetivos en mente: conservar el cañón ("no pensaba que el arte pudiera dañar al medio ambiente") y hacer que algo revirtiera en el negocio. "Los años setenta fueron la última época en que existía variedad en Hollywood", dice. "Cuando llegó Reagan vimos cómo se hacían tebeos gigantescos: Popeye, Dick Tracy, etcétera. Me di cuenta de que la industria estaba cayendo en el anquilosamiento. Reagan fue como una división panzer arrasando el país"..

Redford recuerda el momento concreto en que vio que el clima cultural estaba perdiendo temperatura: "Fui a Yale a dar unas conferencias como invitado en 1980. Cuando había estado allí 10 años antes, los estudiantes fumaban porros en la sala y tiraban aviones de papel. Cualquier cosa que sonara a formulismo era ridiculizada. Pero esta vez no. A una chica la habían asaltado y le habían dado una paliza y todavía decía que era culpa suya por haberse ido a vivir a un barrio pobre. De repente oí a dos tíos decir: 'Me gustaría haber estado allí. Les habríamos pateado los...' (imagínense qué). Y yo pensé: vaya, vaya, se acercan nuevos tiempos".

En Hollywood estos "nuevos tiempos", desde el punto de vista de Redford, se distinguían por un predominio del espectáculo sobre el arte de contar historias. Él fundó el instituto para salir al paso de esta tendencia. "Mi idea era poner en marcha el proceso de hacer una película sobre una especie de cadena de montaje: número 1, la historia; número 2, los actores; número 3, desarrollar el asunto; número 4, rodarlo; número 5, montarlo. Y yo quería crear los recursos para cada una de esas etapas". "Perdí mucho tiempo en los ochenta, mucho tiempo de mi carrera", dice. "Gasté tanta energía tratando de apoyar a Sundance que francamente estaba un poco perdido". Redford ha echado en público la culpa del fin de su matrimonio a aquel oscuro periodo, y cuando habla de ello parece verdaderamente afectado. Sin ninguna pista sobre cómo iba a terminar todo, el Instituto Sundance puso en marcha el festival Sundance. "Simplemente puse un pie delante del otro", dice Redford. "Estamos haciendo estas cosas, pensé, de modo que vamos a enseñarlas. Simplemente quería que se vieran las películas. Admito también que había en ello algo de perversidad. Me encantaba la idea de arrastrar a toda aquella gente de Hollywood a las montañas de Utah en invierno". Aparentemente, a Hollywood le va un poco de perversidad. Tras un arranque poco animado, el festival despegó en 1989, cuando programó la película de Steven Soderbergh Sexo, mentiras y cintas de video.

"El festival se convirtió en un mercado a su pesar", dice Redford, que no oculta su ambivalencia sobre convertir a la pequeña Park City en un Cannes con nieve. "No tengo las cosas claras con respecto al festival ahora. En el fondo no ha cambiado. Su sentido sigue siendo las películas. Pero cuando alguien joven consigue un contrato de diez millones de dólares me pregunto: ¿será capaz de resistir la presión?".

Y, sin embargo, Redford cree que está avanzando progresivamente hacia su meta de eliminar la zanja que separa a las películas independientes de las producidas por los grandes estudios. "Para mí" dice, "una película independiente no es necesariamente un montón de gente trabajando a la carrera en el Soho, vestidos de negro y haciendo una película por 25.000 dólares. Es sólo un filme que mantiene su libertad durante el mayor tiempo posible para convertirse en lo que aspira a ser". En el mundo ideal que Redford está tratando de crear, "no existirá la distinción entre tipos de películas, sólo un menú más amplio", dice. "Creo que las películas independientes adquirieron una mala reputación porque, en su mayoría, no eran demasiado buenas".

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