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Somalilandia, un sueño africano

La antigua colonia británica no logra el reconocimiento internacional para romper con Somalia y fundar un Estado

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIAL

Tiene nombre de país imaginario, de fábula oriental. A pesar de contar con bandera, capital, moneda, placas de matrícula, Ejército, policía, Gobierno, impuestos, Constitución y más de dos millones de habitantes, Somalilandia es un país inexistente, un objeto político no identificado. Heredera del protectorado instaurado por Londres en 1886 para proteger su enclave de Adén, todos los denodados intentos que la antigua colonia británica de Somaliland ha hecho desde que se autoproclamara independiente del resto de Somalia en 1991 han sido vanos. Ni un solo país del mundo ha reconocido a Somalilandia, ni siquiera vecinos comprensivos como Eritrea, el único que ha logrado alterar las fronteras trazadas por la colonización europea y ser reconocido como Estado tras independizarse de Etiopía. Y eso a pesar de que los 63.000 kilómetros cuadrados de Somalilandia son la única parte de Somalia en la que se ha restablecido una autoridad, funcionan los tribunales de justicia, hay un banco central y la vida -en medio de la dureza de un paisaje semidesértico poblado por cinco millones de camellos, una quinta parte de la cabaña mundial- se ha hecho posible. Agencias internacionales como Unicef, que ha colaborado de forma decisiva en el restablecimiento del servicio de aguas en Hargeisa y Berbera o en el mantenimiento de hospitales y escuelas, no se ven obligadas a pagar la protección de jóvenes armados hasta los dientes, como sigue ocurriendo en el resto de Somalia.

Tras la reelección en febrero del año pasado de Mohamed Ibrahim Egal como presidente de Somalilandia por una conferencia nacional formada por jefes de clanes y notables, que también aprobó una de las Constituciones más liberales de toda la región, la estabilidad ha permitido empezar a reconstruir Hargeisa, la polvorienta y desangelada capital de Somalilandia, que sigue desgarrada por los pavorosos bombardeos que en junio de 1988 lanzó la aviación del dictador Siad Barre y, más tarde, por los choques esporádicos entre subclanes que desafiaban a Egal y se negaban a aceptar que la República de Somalia, creada en 1960 de la unión de la Somaliland británica y la Somalia italiana, ha dejado de existir para siempre. Egal no se muerde la lengua y no le da ningún valor al pacto que suscribieron las principales facciones somalíes el pasado mes de enero en El Cairo: desestima de plano una posible reunificación. "Somos un país con una historia propia, que ya tenía identidad cuando formaba parte del Imperio Otomano", proclama entre campechano y contundente. "La comunidad internacional ha estado muy mal informada acerca de nuestra historia. No somos una región renegada de una madre patria". Londres concedió el autogobierno a su protectorado de Somaliland el 26 de junio de 1960. Una independencia que duraría exactamente cinco días, puesto que el 1 de julio la ex Somalia italiana y la ex Somalia británica se unieron bajo el nombre de República de Somalia. Recuerda Egal que aquellos días de junio se recibieron "38 telegramas de jefes de Estado y miembros del Consejo de Seguridad reconociendo a Somalilandia". Egal considera que, aunque no hay diferencias étnicas ni religiosas entre el sur y el norte de lo que era Somalia, la influencia colonizadora de la Italia fascista fue nefasta para el sur del país. "Queremos recomenzar la historia truncada en 1960 y olvidar este agujero de 30 años, adherirnos a la Liga Arabe y a la ONU. En Somalia sufrimos dos guerras con Etiopía y una con Kenia, y todo por los sueños de la Gran Somalia [la que reivindicaba territorios habitados por somalíes en la Somalia francesa -hoy Yibuti-, norte de Kenia y este de Etiopía], y no queremos que eso ocurra otra vez ni arrostrar la desmembración total que sufre el resto del país a manos de los señores de la guerra. Mantendremos nuestra identidad contra viento y marea, nos reconozcan o no", dice Egal con un punto de desafío.

El escritor John Drysdale, un escocés que llegó a Somalilandia en 1943 y tuvo a sus órdenes a soldados somalíes que no conocían la palabra miedo en Birmania", en la II Guerra Mundial, es uno de los personajes más insólitos de Hargeisa, una capital de 100.000 habitantes por la que se puede pasear tranquilamente al anochecer, entre la penumbra que apenas desvanecen los tubos fluorescentes del alumbrado público, el resplandor de bazares bien surtidos y los quinqués de los cambistas. Drysdale, consejero de Egal, no tiene prisa en que su país adoptivo sea reconocido: "Somalilandia debe profundizar en la paz y la estabilidad que ahora disfruta para que las finanzas mejoren y atraigan inversiones del exterior. El reconocimento acabará llegando". En eso coincide con el eritreo Elías Habte-Selassie, representante del Instituto Vida y Paz, que asegura que "en Somalilandia se trabaja mejor que en el resto de Somalia donde todo es devastación".

Pero "la catástrofe se cierne sobre Somalilandia". Así lo advierte con indignación Abdalla Hija Ahi, el alcalde de Berbera, un "hombre de negocios" de Seattle (EE UU) que en 1996 decidió regresar a su país: "Me gusta la política y pensé que había una oportunidad aquí". Es uno de los muchos originarios de Somalilandia que han regresado de la diáspora en Europa y EE UU para nutrir la Administración y los puestos claves de un país que lucha por salir de la nada. El alcalde de Berbera muestra con desolación el escaso movimiento que registra el puerto por el que entra el 85% de los recursos económicos del país. Desde el 6 de febrero, un embargo internacional ha dejado en la estacada la exportación de ganado vivo (cabras, ovejas y camellos) hacia Arabia Saudí y Yemen. Casi tres millones de cabezas fueron exportadas en el último ejercicio de un puerto vital para la depauperada economía de Somalilandia. La fiebre del valle del Rift declarada en Kenia ha desatado la alarma en el golfo de Adén, y aunque Glyn Davies, consultor de la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO), asegura en Hargeisa que Somalilandia está al margen de la epidemia, la cuenta atrás amenaza con sumir en la miseria a Somalilandia. "Si no se levanta el embargo antes de dos semanas estamos perdidos", dice Abdalla Hija Ahi. La peregrinación a La Meca, en la que centenares de miles de cabras y ovejas son sacrificadas, representa la parte del león de las exportaciones de Somalilandia; de ahí que el presidente, el alcalde de Berbera y los tratantes de la Saylada (el principal mercado de Hargeisa) cuenten los días con aflición. El sueño de Somalilandia puede estar a punto de sufrir un agrio despertar. "Los enemigos de la viabilidad de Somalilandia están detrás de este embargo inicuo", dice el alcalde de Berbera. La estabilidad de los últimos años había permitido que la Unión Europea y la ONU cofinanciaran la rehabilitación de este importante puerto del índico africano.

Somalilandia no parece un país obsesionado por la seguridad, a pesar de que el Ejército, la policía y la desmovilización de las antiguas milicias se comen el 65% del presupuesto nacional. Los trámites aduaneros son mínimos en el aeropuerto de Hargeisa. El visado se obtiene en la misma terminal a cambio de 20 dólares (3.000 pesetas). El país es tan reciente y amigable, y arde tanto en deseos de ganarse el reconocimiento del mundo, que el propio ministro de Asuntos Exteriores, Mahamood S. Nur, puede presentarse de improviso en el restaurante de un hotel de Hargeisa sin séquito ni protocolo para compartir un café de sobremesa cuando se entera de que periodistas españoles se alojan allí. Ventajas de ser un país que de momento es sólo un sueño.

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