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Bruselas propone un 'mercado común' con EE UU y Francia anuncia su frontal oposición

Xavier Vidal-Folch

La Comisión Europea propuso ayer a los Quince negociar un nuevo Tratado de Libre Comercio entre EE UU y la Unión Europea (UE). La liberalización de los intercambios sería completa para la industria y progresiva para los servicios. La iniciativa desgarró al Ejecutivo comunitario, que la diluyó bastante. Pese al agua añadida al vino, los ministros franceses de Exteriores y de Economía han anunciado a Bruselas su oposición frontal, en una demoledora carta. La propuesta de sir Leon Brittan ha levantado una tempestad de críticas e incluso de sospechas.

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Los críticos del sir británico le acusan de querer orientar a la presidencia británica según el esquema de dilución de la UE en una zona de libre comercio, esta vez transatlántica, que ha recibido el apoyo de los tories (conservadores) y sus colegas, los republicanos de EE UU. Muy rebajada respecto a su ambición inicial -excluye los sectores agrícola y audiovisual-, la propuesta fue aprobada a regañadientes por los comisarios, con críticas y reservas escritas.El nuevo mercado transatlántico propuesto, casi un mercado común, propugna apurar la intensa relación bilateral actual: un flujo comercial de 355.000 millones de ecus; el 19% de los intercambios totales de cada parte; un peso alto (el 20%) de ellos centrado en la alta tecnología y aún mayor (38%) en los servicios. La UE es el principal inversor directo en EE UU (59%) y éstos destinan a los Quince el 44% de su inversión directa.

Brittan calculó que la liberalización que propugna aumentaría la renta de la UE "unos 125.000 millones de ecus, es decir, más de un 1%, con un efecto [de crecimiento] casi equivalente al de la Ronda Uruguay". Y subrayó que sólo un pacto de sangre entre las dos grandes potencias arrastrará a los demás países al mismo compromiso liberalizador. Le apoyaron los comisarios liberales, Mario Monti y Martin Bangemann. Según éste, "Europa ha incrementado mucho su competitividad. Somos fuertes. Por lo tanto tenemos todo que ganar con una mayor apertura".

La propuesta se asienta en estos pilares:

Obstáculos no tarifarios. Eliminación de todas las barreras técnicas, por la vía del reconocimiento mutuo de las certificaciones de la otra parte o de la armonización legislativa (reglas básicas comunes, completadas por cada parte).

Total liberalización industrial. Para el año 2010, arancel industrial cero. Sus beneficios se extenderían a todos los países de la Organización Mundial de Comercio (OMC), vía la cláusula de nación más favorecida (las ventajas ofrecidas a un socio se aplican a los demás), siempre que una "masa crítica" de éstos se comprometiese también a hacer concesiones. En caso contrario, no se haría.

Liberalización limitada en servicios y otros sectores, como mercados públicos, propiedad intelectual e inversiones. La propuesta recibió un primer varapalo la semana pasada en las reuniones preparatorias de la Comisión. De entrada, Brittan tuvo que excluir los sectores agrícola y audiovisual, justo en los que está más interesado EE UU.

Tuvo que añadir la defensa de la superior protección europea en sanidad y medio ambiente (Europa rechaza la carne hormonada estadounidense, por peligrosa para la salud). Y tuvo que prometer estudios sobre la desviación del comercio a que esas medidas darían lugar y, sobre el impacto en los países subdesarrollados asociados a la UE, pues absorberían parte de las ventajas (reducciones arancelarias) que les otorgan los Quince.

Tanta rebaja fue insuficiente. Ayer, media docena de comisarios rebañaron más el texto. La más tajante fue la francesa Edith Cresson. "Es inoportuno, envía una señal negativa, siembra la confusión y dispersa esfuerzos: ¿a qué damos prioridad, a la integración política con el euro y la ampliación al Este; o a la política comercial externa?", protestó. Recibió varios apoyos.

Lo peor de estas disensiones en la Comisión es que auguran un choque radical entre los quince Gobiernos en el Consejo de Ministros comunitario. Brittan lo sabía, pero continuó. ¿Cómo lo sabía? Porque viajó a las capitales buscando apoyo. Halló respuestas duras, semiduras y blandas. La más dura, la oposición frontal de París. En una carta a él dirigida, los ministros de Exteriores, Hubert Védrine, y de Economía, Dominique Strauss-Kahn, anuncian que "Francia se opone a la negociación de un nuevo Tratado, que amenaza con perturbar" las relaciones bilaterales: "Es justo lo contrario de lo que perseguimos''.

Védrine y Strauss argumentan que apenas se ha aprovechado la agenda transatlántica pactada en 1995 bajo presidencia española; que no se han evaluado, previamente a toda discusión, los impactos sectoriales; que "es inconcebible" ofrecer más cosas hasta que Washington no haya anulado sus leyes extraterritoriales (Helms-Burton y Kennedy-D'Amato). Y, sobre todo, que vacía de contenido, la ONIC, amenazando con "desestabilizar el sistema multilateral", por la vía de "desviar [de ella] a los países en vías de desarrollo", incitándoles a "sacar ventajas, sin contrapartidas, de las reducciones tarifarias y de las aperturas" entre la UE y EE UU.

Un editorial de la agencia Europe, especializada en la UE, tilda el proyecto de "inoportuno, peligroso y carente de toda posibilidad de éxito", que amenaza "con desacreditar a quienes lo lanzan", la Comisión. ¿Reflejo proteccionista?. Desde luego, pero también reflejo de la irritación que ha causado la improvisación y el personalismo que se imputa a Leon Brittan.

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