El tirano de Java
Suharto quiere consagrarse como el hombre que sacó a Indonesia del subdesarrollo
El 11 de marzo de 1966, hace exactamente 32 años, el entonces presidente Sukarno concedió excepcionales poderes ejecutivos al general Suharto, jefe de la principal unidad de choque de Indonesia. El decreto de transferencia de poder fue reducido al acrónimo Supersemar (del indonesio Orden del 11 de marzo) y con ello el sobrio general, un musulmán profundamente influido por las creencias místicas de la isla de Java, se sintió ungido por la mano de Dios: en el wayang, el tradicional teatro indonesio de sombras, Semar es el dios que creó a los javaneses y el que les protege.Aquel decreto fue un golpe de Estado disfrazado y desde entonces muchos decretos de Suharto llevan la palabra mágica porque el hombre que acaba de ser reelegido para un séptimo mandato se ve como el padre de la Indonesia moderna, el que ha de liberarla de la pobreza y convertirla en una potencia en consonancia con el hecho de ser el cuarto país más poblado del mundo. Y defenderla de las presiones extranjeras, como son ahora las del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Suharto nació el 8 de junio de 1921 en una pequeña aldea no lejos de Yogyakarta, la capital de un viejo sultanato, en el corazón de Java, muy cerca de una montaña donde los javaneses ponen el ombligo del universo. En la cultura propia de la isla más importante de Indonesia, el poder se concentra en un rey que ni lo cede ni lo discute ni lo explica ni lo comparte. El poder se admira desde lejos y quien lo desee deberá lograrlo en sangrienta lucha. Suharto se ha convertido en un rey javanés.
Cuando Suharto se hizo con el poder se corrió el rumor de que era un hijo, perdido o no reconocido del sultán de Yogyakarta y hasta pasados unos años no fue el presidente quien arrojó luz sobre sus orígenes familiares de chico de pueblo, nacido en un hogar modesto que tuvo que salvar toda clase de penurias antes de dedicarse a las armas. Los padres de Suharto se divorciaron cuando el hijo era muy pequeño y la infancia la pasó yendo y viniendo de una parte a otra de la familia. En su autobiografía presenta aquellas vicisitudes como tiempos de dolor: "Debido a esos sufrimientos, me he convertido en quien soy. Una persona que puede pensar y sentir de verdad lo que significan las penalidades".
El adolescente endurecido acabó sus estudios medios en una escuela musulmana y se colocó en un banco hasta que optó por enrolarse en el Ejército, primero como soldado de las tropas coloniales holandesas y luego combatiéndolas como soldado nacionalista. Antes de lograr la independencia de su país, Suharto se casó con una joven de la pequeña aristocracia javanesa. Durante cuatro décadas, Tien fue su principal mentora y consejera, hasta que murió hace dos años. Con ella tuvo tres hijas y tres hijos, que hoy son políticos y personajes de empresa, sin cuya aquiescencia y asociación es imposible hacer negocio en Indonesia.
Suharto ascendió por el escalafón militar sin hacer ruido y su hora llegó en el intento de golpe de Estado comunista de 1965, cuando varios generales superiores fueron asesinados y él paró el golpe. En seis meses de ajustes de cuentas con los comunistas y con la minoría china se perdieron medio millón de vidas. Luego llegó el Supersemar, en 1967 la presidencia interina y en 1968 el encumbramiento a lo más alto, donde se ha mantenido 30 años, cada vez con más confianza aplicando implacablemente el principio de divide y vencerás entre posibles rivales.
Suharto es un hombre misterioso, abstemio y no fumador que juega al golf y gusta de la pesca. Tiene un modo muy a la javanesa de tratar a la gente: expresa acuerdo o desaprobación muy discretamente. Uno de sus actuales ministros tiene dicho que las censuras de Suharto son tan sutiles que a veces el interesado piensa que son elogios.
Otro, en cambio, asegura que la mirada presidencial petrifica. Suharto gusta de ser llamado Padre del Desarrollo, su principal logro de estos 30 años, en los que ha llevado a Indonesia del subdesarrollo más profundo a los mil dólares de renta per cápita, la práctica autosuficiencia alimentaria y el orgullo nacional, incluida la traumática ocupación de Timor Oriental, todo ello con el apoyo de tecnócratas educados en Europa y Estados Unidos.
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