El puente que esperaba un río
Impávido o resignado, el humilde Manzanares ha soportado toda clase de agravios y ha sido tumultuoso manantial del que han bebido ilustrísimos poetas que, con sus ingeniosos y rimados denuestos, han cimentado una fama a la que nuestro río, si hemos de creerles, nunca fue acreedor por su caudal.Muchas de estas burlas poéticas, o simplemente ripiosas, se inspiraron en la incuestionable desproporción entre su cauce, siempre modesto, y los soberbios puentes que se edificaron para vadearlo; paradigma de todos ellos, el actual puente de Toledo fue construido en 1731 sobre los restos de su predecesor, datado a finales del siglo XVII y arrasado en 1720 en un arrebato de ira del vilipendiado aprendiz de río que, de cuando en cuando, sacaba su honrilla y se crecía, dejando en ridículo a sus detractores poéticos y a sus artífices, que no habían sabido tomarle la medida y menospreciaban su carácter.
Al poco tiempo de edificado, el puente de Toledo, imponente bastión capaz de afrontar las más tempestuosas avenidas, comenzó a ser objeto de coplas y de chanzas. "Este puente espera al río como los judíos al Mesías", sentenció un tal Alcide de Bonnecase, turista y cronista foráneo, y su frase cayó en gracia y se difundió en los mentideros de una villa que siempre ha sabido combinar el chauvinismo con la autocrítica en sus mejores momentos.
Años más tarde, el incomprendido puente sufriría una nueva y persistente oleada de críticas, centradas esta vez en su aspecto arquitectónico y monumental. La reacción neoclásica a los excesos del barroco hizo sus chivos explatorios de los hermanos Churriguera, condenados, tanto por sus delirios ornamentales como por las fáciles connotaciones de su apellido, a cargar con el despectivo sambenito de padres del arte churrigueresco, patentado, en realidad, por su maestro Ribera, artífice principal de esta sólida construcción.
Lo más churrigueresco de este puente con hechuras de fortificación medieval es la ornamentación de su balaustrada, que tiene su punto culminante y central en los historiados templetes consagrados a santa María de la Cabeza y a su cónyuge, san Isidro, labrador y patrono, a su pesar, de esta urbe endiablada que en nada se parece al bucólico villorrío que él conociera. Las dos santas efigies, labradas por Ron, han sufrido el martirio de la erosión y la contaminación, que afectan también a todos los detalles ornamentales del monumento, dotándoles de un aire aún más extravagante y pintoresco.
El puente de Toledo, que ha perdido su funcionalidad con los enlaces de la M-30, es ahora peatonal, pero los peatones de verdad, los peatones a tiempo completo, constituyen tina especie en extinción y son muy pocos los que utilizan esta vía, que fuera históricamente uno de los accesos más frecuentados a la capital, para vadear el río.
La glorieta que se abre en un extremo del puente, donde comienza el camino de los Carabancheles, se llama del Marqués de Vadillo, regidor de la villa, que fue el primero en atravesarlo en coche de caballos durante la solemne ceremonia inaugural. En la glorieta del Marqués de Vadillo, apunta el imprescindible Pedro de Répide, tantas veces mentor de estas crónicas, estuvo el parador donde recluyeron, tras el fracaso de su pronunciamiento liberal, al general Riego, alma y cuerpo de la revolución de 1820 y patrocinador del célebre himno que, a falta de otros reconocimientos, honra su memoria.
Al fondo de la glorieta, mirando desde el puente, hay un poderoso bloque de edificios uniformes y anodinos provistos de soportales, refugio de bares y cervecerías; un mesón gallego, multidisciplinar y ecléctico, funciona como sede social de un club de fútbol andaluz-madrileño, el Betis-San Isidro, y en la esquina opuesta, en el arranque de General Ricardos, el cinema España cuelga el cartel de no hay entradas con el reclamo insumergible del Titanic.
La avenida del General Ricardos, un militar del siglo XVIII, héroe de la guerra del Rosellón, es la antigua carretera de Carabanchel, otrora famosa por sus merenderos y verbenas, cercana a la pradera de San Isidro y a su cementerio, eufemística y píamente llamado sacramental. Por esta vía pasaban los cortejos fúnebres camino de los camposantos de San Isidro y de San Justo y también reales cortejos en busca de una atmósfera más pura, y nobles comitivas que marchaban a airearse y echar una cana al aire en Vista Alegre.
Una antigua taberna, quizás la última superviviente de los populares merenderos de la zona, ha echado el cierre definitivamente, arruinada por la feroz competencia de tanto establecimiento especializado en comidas rápidas. La herrumbre y el polvo se acumulan en la verja de su sombreado patio donde, en tiempos menos apresurados, se solazaban los paseantes del Manzanares cuando iban de verbena o cuando volvían de enterrar a sus difuntos en las sacramentales cercanas.
Estos amenos parajes de la ribera del Manzanares fueron convenientemente apreciados y utilizados por los primeros madrileños y han dado a la luz importantes yacimientos arqueológicos prehistóricos. En su Guía de Madrid, publicada en 1876, Fernández de los Ríos comenta la aparición de "huesos y colmillos de elefante", seguramente mamuts, aunque no faltaron en su tiempo presuntos eruditos y dicharacheros cronistas que, para justificar "la presencia de tales seres en climas tan apartados de sus habituales moradas", sentenciaron que las osamentas descubiertas podían pertenecer a descendientes de los elefantes que acompañaron a Aníbal en su fatigosa excursión a la península Itálica.
En los primeros tramos del puente, que se ensancha en su confluencia con la glorieta del Marqués, han colocado bancos y farolas que dan forma a un mínimo paseo, cobijo nocturno de parejas discretas y bulliciosas pandillas adolescentes que prefieren acomodarse en el pretil del río y se asoman al entubado y silencioso Manzanares, que añora quizás aquellos tiempos en los que, al menos, servía de inspiración, aunque perversa, para los vates más enjundiosos de la corte, Quevedo, Góngora, Lope y el fraile Tirso de Molina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.