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Tribuna:OBRAS EN SAN LORENZO DE EL ESCORIAL
Tribuna
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El monumento al silencio o las copas

El autor considera que la apertura al tráfico de la zona donde se halla la Lonja de San Lorenzo de El Escorial destruye un espacio urbano único e irrepetible

Es un grave error histórico. Me refiero a las obras realizadas en la Lonja o plaza del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Entiendo que la cultura de la restauración de monumentos es pobre en nuestro país; por ello se ignora que no consiste en lavarles la cara o colocar en su proximidad unas farolas de diseño y discutir ingenuamente si son o no de época, sino en restaurar las condiciones originales de estabilidad estructural y de percepción ambiental.Los que hayan disfrutado este año del espacio incomparable de la Lonja, en silencio, los que aún puedan hacerlo antes de que la fatídica cinta se corte (¿quién será el que lo haga?), no olvidarán su majestuosa belleza, en breve destruida por los ruidos de los coches y de las motos que se dirigen hacia las carreras habituales del puerto (le la Cruz Verde.

Todos conocemos las polémicas de la plaza de Oriente en Madrid; su peatonalización ha costado sangre pero se ha llevado a cabo, o la propuesta de Alberto Ruiz-Gallardón de peatonalizar ahora la plaza de la Ópera, en la misma ciudad. Por todo ello sorprende que uno de los espacios urbanos más importantes de la arquitectura occidental, dentro del ámbito de mandato del mismo presidente Gallardón, la Lonja, vuelva, después de un año de cierre por obras, ha convertirse en una carretera de dos direcciones.

No importa que los camiones arranquen trozos del arco estrecho que la cierra, tampoco el precio de cientos de millones gastados en un pavimento de granito (la carretera más cara del mundo) por el que ahora escurrirá la grasa de los coches; y mucho menos importa la pérdida del silencio en un espacio único e irrepetible. Aquí no hacían falta los túneles ni los aparcamientos tan polémicos. Sólo la racionalidad y la responsabilidad histórica.

Sorprende aún más saber que el alcalde del pueblo ha decidido peatonalizar otras calles. Se cree erróneamente que la peatonalización puede dar más dinero a los negocios de la zona, entre los que existe uno que es o ha sido del mismo alcalde, y para ello se utiliza la Lonja de Herrera y Villanueva, la mejor pieza arquitectónica, con diferencia, de la Comunidad de Madrid, como calle motorizada de desahogo.

Su postura, la del alcalde, es clara. Me dijo que no era un héroe y no pensaba salvar a la humanidad (la que considera el monumento parte de su patrimonio) y me habló celosamente de lo mucho que entra en las arcas del Patrimonio Nacional y, según él, no en el pueblo, como si el turismo viniera al pueblo por otras razones ajenas.

Oyendo estos desatinos y, entre otros, la pretensión de pedir un canon al propio Patrimonio, uno se pregunta por qué utilizamos con frecuencia y orgullosamente el título de Patrimonio de la Humanidad para las piezas de arquitectura y urbanismo, olvidando que la historia tiene unas ventajas espirituales y económicas, pero también un precio. Sobre una obra como la que hablamos tiene que opinar alguien más que un alcalde o una corporación, precisamente porque obras así son de todos.

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La Academia de San Fernando, tan preocupada por otros temas, guarda silencio por el momento, aunque tiene un informe en su poder. Patrimonio Nacional, también, y también, por supuesto, los religiosos agustinos que, me consta, prefieren los coches, o el Gobierno de la Comunidad, los votos locales.

En España hemos vivido muchas polémicas sobre temas de restauración: las farolas de la Puerta del Sol de Madrid, que ahora hacen como espadas sobre los inventores de la polémica, los edificios próximos a la Alhambra, o el acueducto romano de Segovia.

Nos hemos preocupado por el objeto, pero no por el ambiente. Faltos de cultura musical y ambiental, hemos olvidado el poder evocador de la música del silencio, la necesidad de ambientar y cuidar el entorno, sin entender que la belleza del monasterio no radica en la autenticidad de una puerta del siglo XVI, sino en la cristalización de un sueño, un concepto de la vida y la sociedad en un espacio, el que quisieron Felipe II y Villanueva.

Ese sería el mensaje que habría que transmitir a los visitantes que acudirían, si cabe, en mayor cantidad, y a los niños, que abren sus ojos y sus oídos hacia su patrimonio.

A veces nos preguntamos sobre la personalidad de una comunidad como la madrileña, al tiempo que destruimos por motivos egoístas, locales, sus mejores señas de identidad, en este caso de carácter universal.

Salvador Pérez Arroyo es arquitecto.

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