Arriba el telón
EL HOMBRE DE LA MANCHA. Tan sobrados estamos de los falsos quijotes que prefiero a Pepe Sacristán, manchego de Chinchón, buen caballero andante. Hablo con él. La gente disfruta en el teatro y apunta Sacristán que lo que le sucede es que está harta de un electrodoméstico al que le salen patas, brazos, todo tipo de apéndices. No es que comparta su optimismo en esto de la hartura de la tele, pero acabo de ver en el Circo del Sol cómo vive la gente la emoción del teatro. Vibran con la poética del riesgo, se les iluminan los ojos con los efectos plásticos de un acto irrepetible, único; siguen la música, acompañan con palmas, se estimulan unos a otros, viven.LA EMOCIÓN DEL DIRECTO. Le pregunto a Jorge Drexler -estrena disco- si pasa lo mismo con la música y me responde que ningún recital es igual a otro, ni para el que toca ni para el que escucha. Acaba de cantar en distintas ciudades y me asegura que en todas ellas su público actuó de muy distinta forma. No sé si habrá leído Crónica cantada de los silencios rotos (G. Lucini, Alianza Editorial) porque en esos silencios se encuentran sus amigos, sus cómplices, muy bien catalogados, incluido Sabina.
EL BARCO DE MAX AUB es espectacular. Lo han montado en Valencia. Y resulta curioso lo actual que es este viaje en barco, de puerto en puerto y sin acogida, con la intolerancia cerrándote las puertas. Ni el barco ni los actores fallan, ni, por supuesto, la metáfora de este San Juan de Aub. Agradezco a los intolerantes oficiales la oportunidad que tienen de disimular su condición de tales levantando para provecho suyo la bandera del incómodo Aub. Al fin y al cabo, si me ofrecen a cambio tan buen arte, lo uno por lo otro. Tampoco los suyos recordaron a tiempo a este exiliado de todos y de todo. Ignoro si Felipe González lo ha leído, pero no fue a Segorbe, quizá lo halló lejano. En cambio, Aznar, homenajeándose a sí mismo, allí se presentó. "¿Quién es este joven?", me preguntó Max en la república del sueño. No sé por qué le dije que era el nieto de don Manuel Aznar, a quien él pudo conocer en tiempo de república. Pero no debieron de ser precisamente amigos porque Max miró con displicencia y se apagó su imagen en mi sueño.
PODEROSO CABALLERO. Ochenta y cinco millones costó el San Juan de Aub, rentable para todos. Goza el administrador de la ventaja de que no vive Max: ningún homenaje, por costoso que sea, apagaría su voz de firme cascarrabias. Y razones tendría. Muchísimos millones -más de 400- han dado a Julio Iglesias -la vida sigue igual- por vender naranjas incluso a los asiáticos.
EL CASO DE BANDERAS. Nada cobró Antonio Banderas por convencer al mundo de la excelencia del jamón andaluz y, sin embargo, en los tiempos de la ansoniana conspiración cayó sobre su imagen el baldón del comprado, amén de otras calumnias. Con razón su madre, doña Ana Banderas, se me quejaba el otro día de lo que han soportado -mentiras, mezquindades, acosos-, y en su hablar espontáneo recordaba orgullosa el ángel de su niño, su seducción temprana. La gente sencilla no imagina que llegue a pasar lo que a veces les pasa: que puedan conseguir lo que nunca soñaron.
SILENCIOS DE BOSÉ. No le sucedió a Bosé lo mismo que a Banderas: se crió en medio de la fama, la gloria, el artisteo. No quiere decir esto que Lucía, su madre -soñadora, esotérica, ahora entre los ángeles de Turégano-, no le pusiera alas. Pero tiene de común con Banderas haber aguantado la calumnia. Ahora en Once maneras de ponerse el sombrero escoge las canciones de otros que han repercutido en su memoria. Si alguien le pregunta qué le recuerdan, calla. Cuando intentan abordar su mundo íntimo aborda el enigma, la estrategia del silencio. Es verdad que el exceso de imagen confunde más que aclara.
BERTOLT BRECHT en Madrid con acento andaluz. Madre caballo en lugar de coraje, versión de A. Onetti, cantando Tomasito. Le pregunto a Pepe Sacristán, abucheado por mentarlo, si están los tiempos para Brecht. Y cree él que siempre es necesario para alguien. Me cuenta que un día, en su pueblo, el viejo tío Tomás escuchaba un refrán: "Si la víbora viera y el escorpión oyera no habría hombre que al campo saliera". El viejo sentenció: "Siempre habrá alguno". Menos mal.
P. D. Ahora que no hay apuntador en el teatro, quien apunta encuentra empleo en la política: el poco oído del actor desluce su trabajo.
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