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Tribuna:CRÓNICAS: JUAN CRUZ
Tribuna
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¿Aún reéuerdas, muchacho?

Juan Cruz

Luis Feria era un hombre silencioso y al tiempo mordaz, dicharachero; es decir, un tímido voraz de las palabras, alguien que era capaz de sentir en silencio su soledad y sin embargo reclamar que estaba en compañía. En soledad murió; era asmático, y durante los días en que duró la calima isleña, en Tenerife, sufrió los embates de ese tiempo imprevisto, el peor de todos para los que tienen los bronquios débiles, como el camino desviado del aire. De pronto, este poeta solitario y sutil se enfrentó a la respiración imposible y se murió solo, como había vivido; 10 días después le encontraron muerto en la casa. Le encontraron el sábado último, en Santa Cruz; Luis Feria tenía 70 años; vivió en Madrid gran parte de su vida, y después volvió a la isla, hace veinte años; el poeta Luis Antonio de Villena lo recordaba el otro día: se fue de Madrid, decía, a cuidar a su madre, y ya no regresó jamás; fue a cuidar de sí mismo, es decir, a descuidarse; comía dulces en confiterías de la ciudad; hacía la vida perpleja del que vive solo, y una vez el cronista lo vio venir de compras con todo el andamiaje de las bolsas: en ese momento ya había dejado de ser el sujeto de sus propias ansias, para ser un ser en despedida. Tenía la cabeza blanca y un bigote perfecto y proustiano y desde esa actitud de poeta despedido de sí mismo preguntó:-¿Y qué quieres que haga, si no me salen versos?

Había ganado todos los premios posibles. Fue Adonais cuando aún no tenía 30 años y por último fue premio Canarias; pero las biografías no pueden registrar que fue uno de los mejores poetas del siglo. Se ocultó de todo el mundo y también de sus amigos y en ese silencio sigue viviendo; si uno alguna vez llamara a la redacción de un periódico diciendo que se murió otra vez Luis Feria, oiría al otro lado: "¿Y quién es ése?"

Luis Feria seguiría viviendo igual. Una vez contaba José Hierro cómo Feria se relacionaba con la oscuridad de la vida: "No abre las ventanas. Vive como si no hubiera luz".

Fue un gozne entre la realidad de la vida de los años cincuenta y la necesidad de desaparecer que tienen los buenos poetas. De Conciencia, su hermoso libro de poemas, con el que en 1961 ganó el Premio Adonais de poesía, es este poema fundamental, el umbral tristísimo del entusiasmo: "A la lenta caída de la tarde / amar la vida largamente es todo / el oficio del hombre que respira. / Alzar la mano y detener el cielo. Destino de la luz, nunca te acabes".

De la mejor generación de los poetas. En este siglo los hubo muy notables en las islas, quizá el mejor siglo de los poetas isleños, a los que se sumaron gente como Arturo Maccanti, Rafael Arozarena, Manuel Padorno; en esa estirpe estuvieron Pedro García Cabrera, más surrealista, menos irónico, más extrañado de la realidad, y Agustín Millares, telúrico y vital, comprometido.

Murió en la soledad. Hay un poema suyo que lo narra todo y fue uno de los que ganó el Boscán de 1963, dentro de los que figuraron como parte del libro Octubre; de Epitafio en octubre, que así se llama el poema, es este fragmento: "¿Aun recuerdas, muchacho? / Ponle sal a la viva escocedura, / carnaza al lobo, y cuando huya / al monte entretenido, / iza tu casa, atiza los pabilos, / procúrate la luz. / Ya tu patria es el tiempo".

Solitario existencial. Buscó en el sur de la vida la regeneración de la luz, y huyó de las escoceduras del tiempo. Ahora que ha muerto, en una circunstancia que hace simbólica también la muerte, pues de pronto se supo que estuvo solo también días después de muerto, es bueno imaginar que sigue vivo, que la suya es una ironía central de la vida, la consecuencia de la metáfora en la que anduvo siempre buscando la luz de los otros en su ironía. Cuando murió Luis Feria, los canarios supieron que había muerto una parte esencial de su historia poética y acaso, a partir de entonces, habrán empezado a pensar que su lírica tiene en él a uno de los más lúcidos representantes de la poesía del siglo. Haberse muerto para que se piense.

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