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Reportaje:

Recados lunares

Historia de los sueños y las certezas sobre el satélite de la Tierra

El ser humano ha mirado a la Luna desde que la conoce. Sus primitivos estudios derivados de la mera observación dieron paso después al sueño de los escritores, condición ineludible para que algún día se convirtieran en verdad. Así ocurrió el 21 de julio de 1969, cuando el primer hombre caminó sobre la superficie del satélite. Desde entonces, la fantasía inventó ciudades lunares y bases que servirán para explorar otros planetas. Ahora se sabe que habrá agua para quienes las habiten. El astronauta estadounidense Neil Armstrong proclamó al descender a la superficie de la Luna que aquello era «un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad». En efecto, otros muchos pequeños pasos le precedieron.

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Uno de los más importantes astrónomos de la historia, Johannes Kepler (1571-1630), se entretenía en escribir novelas de ciencia-ficción en sus horas libres. Cuatro años después de su muerte se publicó su libro El sueño, en el que describía con todo lujo de detalles astronómicos un viaje a la Luna. Pero fue Galileo Galilei el primer científico que aplica el telescopio al estudio de la astronomía, lo que le permite descubrir en 1609, en contra de todo lo afirmado hasta el momento, que la superficie lunar es irregular. Comienza la ciencia experimental moderna.

El francés Julio Verne, el genio de la fantasía científica, publicó en 1865 De la Tierra a la Luna, la obra que predijo el viaje de Armstrong y sus compañeros en una cápsula espacial.

Pero después de aquel éxito real de 1969, sólo unas cuantas expediciones más llegaron al satélite. Lo que se creía el inicio de una presencia humana continuada en otro mundo se quedó en una corta serie de visitas que se prolongaron hasta 1972. En las últimas se hicieron famosos los buggies lunares que recorrieron zonas bastante extensas de su superficie.

Las razones de las grandes potencias para volver a la Luna en los últimos años son de tres tipos: aumentar el conocimiento cientíico del satélite como cuerpo celeste, utilizar la Luna como observatorio del universo y desarrollar ecosistemas artificiales que permitan al hombre abandonar su planeta.

Las misiones espaciales posteriores a la de 1969 ( Apolo XII, Apolo XIV, Apolo XV, Apolo XVI y Apolo XVII) ya revolucionaron el conocimiento humano de la Luna. La Tierra recibió de su satélite no sólo la luz rebotada del Sol sino también mucha información científica. Incluso el Apolo XIII, que fue una misión fracasada, volvió con excelentes fotografías de la cara oculta. Estudiosos de todo el mundo están todavía analizando la colección de muestras lunares que conserva la NASA para analizar la historia del cuerpo celeste más próximo a la Tierra. Los trozos de aglomerado, feldespato y basalto arrancados de la superficie lunar han servido para abrir una ventana hacia los primeros momentos del sistema solar.

Son los recados que devuelve la Luna a quienes tanto la contemplaron. Así, la química de las rocas sugiere que el satélite se formó del mismo material que el planeta que orbita, proporcionando pruebas clave para la teoría según la cual la Luna se formó de las salpicaduras causadas cuando algún objeto chocó con la Tierra hace 4,5 millones de años.

Los análisis realizados hasta ahora indicaban que en la Luna nunca hubo vida, que no tenía agua ni capas sedimentarias. Todas las piedras examinadas se produjeron por extremo calor y derretimiento provocado por erupciones volcánicas o por bombardeo intenso de meteoritos. Los análisis descubrieron también algo que los científicos no se esperaban: indicios de un campo magnético planetario como el terrestre. La composición del suelo lunar es rica en materiales útiles para el hombre, como el oxígeno, el aluminio, el hierro y el silicio, entre otros.

Pero aparte de los datos proporcionados por el análisis de las rocas lunares, otras misiones espaciales han contribuido a aumentar el conocimiento de la Luna.

En 1994, Clementine, que estuvo en órbita lunar 71 días, proporcionó, mediante dos millones de imágenes digitales, la visión más global y detallada de la Luna hasta ese momento. Uno de los resultados más llamativos fue la identificación de una pronunciada cuenca de 2.500 kilómetros de diámetro, cerca del polo sur, en cuyo interior pudiera haber agua acumulada en forma de hielo. Alguien la beberá algún día.

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