¿El fin de la era Kohl?
En las elecciones del pasado domingo en Baja Sajonia, después de ocho años en el poder -la última legislatura, con mayoría absoluta-, Gerhard Schröder ha subido 3,6 puntos, alcanzando el 47,9% de los votos, uno de los mejores resultados en toda la historia de la socialdemocracia alemana. Al revelarse tan buen caballo ganador, se han disipado en un instante las intrigas tejidas en el partido desde hace meses para impedir su nombramiento como candidato a canciller en las próximas elecciones legislativas del 27 de septiembre. Pues si Schröder cuenta, como ha quedado patente, con un amplio apoyo en el electorado, no así entre la militancia del SPD, colocada bastante más a la izquierda, y que había preferido hasta ahora el discurso más tradicional de su presidente, Oskar Lafontaine. Muchos en el partido esperaban que, con una pérdida de votos superior a dos puntos -era el listón que se había impuesto el mismo Schröder-, las aguas volverían a su curso y el candidato saldría de la cúspide del aparato.Al éxito asombroso de Schröder ha contribuido en buena parte la renuencia de su partido a nombrarle candidato, convirtiendo así las elecciones de Baja Sajonia en unas primarias entre él y Lafontaine. Un anuncio aparecido un día antes de las elecciones en todos los periódicos del land -todavía no está claro quién lo ha pagado- con el lema: "El próximo canciller debe ser una persona de Baja Sajonia", apelación al patriotismo local, sin duda fuera de lugar, ha tenido, sin embargo, sus efectos. La gente además quiere incidir en la elección de los candidatos, y estas primarias, hechas a pesar, incluso contra el partido, al final le han robustecido de tal forma que el contrincante democristiano, Christian Wulff, ha llegado a hablar de un huracán. Cierto, estos fenómenos atmosféricos, por fuertes que sean, duran poco, pero ha conseguido poner en órbita al candidato del SPD con la aureola del ganador. No podía imaginar el SPD un mejor comienzo a la larga campaña electoral que se inició el domingo.
A nadie se le oculta que queda todavía mucho trecho por recorrer y aún pueden pasar muchas cosas. El 26 de abril se celebran elecciones en Sajonia-Anhalt, un land nuevo, gobernado por una coalición rojo-verde, con la tolerancia parlamentaría del PDS (el antiguo partido comunista de la ex RDA), en el que la derecha ha centrado todos sus odios. Veremos si el huracán sigue empujando a la socialdemocracia. Ocurra o no, lo que sí está claro es que el SPD cuenta con el viento a su favor: tanto por los aires de cambio que se respiran, después de tantos anos de Gobierno Kohl, como por el descontento generalizado que produce la alta tasa de desempleo, así como los intentos, casi todos fallidos, de ir desmontando el Estado social. El mayor éxito del SPD es haber impedido con su mayoría en el Bundesrat (la Cámara de los länder) una re forma fiscal que el Gobierno defendía como indispensable ara que aumentasen las inversiones, y con ellas, los puestos de trabajo, pero que favorecía claramente a los más pudientes a costa de los más desfavorecidos, al menos éste es el mensaje que la socialdemocracia ha sabido propagar
Schröder promete luchar eficazmente contra el, paro con un programa de consenso que vincule a todos los sectores sociales, desde una clase obrera atemorizada ante la perspectiva de perder el puesto de trabajo o por haberlo ya perdido, la inteligencia científico -técnica, la pequeña empresa, incluso los sectores empresariales y gerenciales abiertos a la innovación. Si se lee la letra pequeña, las medidas propuestas en poco se diferencian de las que predica la derecha en el poder, pero se presentan con unos ribetes progresistas que pueden encandilar a amplias capas sociales, a la vez que tranquilizar a las más altas. Con estos mimbres cabe muy bien que una parte de los respaldos a Kohl se trasladen al candidato socialdemócrata que apoya parte de la gran industria.
Con la perspectiva de hoy parece más que probable que hemos llegado al fin de la era Kohl. Pero la experiencia de 1994, en que también se hizo el mismo pronóstico meses antes de las elecciones, impide que acabemos de creérnoslo. Pudiera ocurrir que el euro y el paro, dos fenómenos que tienen poco que ver el uno con el otro, pero mezclados, pudieran producir tal pánico que paralizase al electorado hasta el punto de desechar el cambio.
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