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Los obispos y la política

Josep Ramoneda

Aunque en la noche posmoderna todos los gatos son pardos, estaba yo convencido de que no quedaban dudas sobre el lugar de la Iglesia en España. Desde que Antonio Herrero insultó a Rosa Conde, los socialistas se han dedicado a practicar la ceremonia de la confusión piropeando a los obispos.Apelar a la ejemplaridad moral de los purpurados para que pongan orden y concierto en la Cope, sólo puede ser ridículo. Pero hacerlo para que los obispos hagan callar a los gritones es un error estratégico capital, porque si algo necesita el partido socialista es alejar su imagen de este tipo de maniobras. ¿Objetivos tan menores, como son unos locutores radiofónicos (o comunicadores mediáticos, para decirlo en retórica de nuevos ricos de la sociedad espectáculo) justifican dar legitimidad moral a los jefes de la Iglesia católica? ¿Por un quítame allá estas pajas hay que reconocerle a la Iglesia la autoridad de portadora de la moral colectiva que ella se atribuye? Durante demasiados años la Iglesia ha gozado del monopolio de la moral en este país. En democracia la moral no tiene propietarios que la encarnen. Dios me libre de los que ofician de buenas personas que de las malas personas ya me libro yo. El discurso de la Iglesia con los componentes morales, políticos, filosóficos y fantásticos, tiene la misma legitimidad que cualquier otro y menos razón que otros muchos. Dios nos guarde de los períodos en que no había otra norma moral que la que la Iglesia imponía.

El problema de la Iglesia y la Cope es un problema estríctamente político, de intervención de la Iglesia en la vida pública española. Su derecho tiene como cualquier otra organización pública o privada. Como dice el profesor Glenn Tinder: "El Dios de la fe cristiana creó el mundo y está profundamente comprometido en los asuntos del mundo". El intervencionismo político de la Iglesia ha sido una constante. La Iglesia fue el Estado hasta que la separación permitió a éste entrar en la modernidad y a las sociedades en el progreso, pero no impidió que la Iglesia siguiera practicando la injerencia.

Durante el franquismo su compromiso político llegó hasta la legitimación del régimen. Del obispo Palenzuela a monseñor Añoveros, se cuentan con los dedos las autoridades eclesiásticas que tuvieron un comportamiento digno frente a la dictadura. La Iglesia intentó mantener la iniciativa en la transición, como demuestra el papel del E cardenal Tarancón que no porque pudiera gustarnos más era menos intervencionista. Desde entonces ha seguido presionando a los gobiernos para conservar los privilegios que recibe del Estado y ha utilizado su fuerza social para extender a toda la ciudadanía sus imperativos en materia de sociedad y costumbres, como cualquier otro grupo de presión. Su eficacia va a la bajá porque la sociedad española se ha laicizado a pasos agigantados.

El recientemente promocionado cardenal Rouco ha dicho que los obispos procuran "que el comportamiento de la Cope sea lo más acorde con lo que supone ser cristiano". Pues muy bien, ya sabemos a qué atenernos. Dejen los socialistas que la Cope se manifieste tal como es para ilustración de los cristianos, igual alguno se arrepiente, y para información de los que no lo somos.

Los obispos catalanes no parecen estar de acuerdo con el cardenal Rouco. Y han expresado desde varias diócesis sus desacuerdos. Es también un conflicto político. Los obispos catalanes han pasado de la certeza fundacional de que Cataluña será católica o no será a la estrategia de su pervivencia de que la Iglesia en Cataluña será catalana o no será. Sus intereses no confluyen con los de la Cope, por que la derecha nacional catalana es diferente de la derecha nacional española. Como que la Iglesia es una sociedad orgánica y jerarquizada han elevado su protesta a la Auto ridad competente. Hay una pugna por la autonomía terri torial de los obispos catalanes que explica este conflicto.

Digamos pues las cosas por su nombre. La moral de los obispos es cosa suya y de sus feligreses. Y el problema de la Cope es un problema político y no moral, como las ambigüedades del obispado vasco con el terrorismo son un problema político y no moral. Que el PSOE no ayude a los obispos a legitimar con oropeles de ejemplaridad ética sus estrategias políticas.

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