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Kofi Annan, el cartero

De regreso a Nueva York desde Bagdad, la tarde del 24 de febrero, Kofi Annan hizo una parada para cenar en el Elíseo con Chirac. Aunque han colmado de alabanzas al secretario general de Naciones Unidas por su magnífica hazaña diplomática, los diplomáticos y los portavoces de prensa franceses dejaron claro que fueron la diplomacia francesa y las artes de gobierno de Chirac las que habían triunfado. Citaron el enérgico discurso de Chirac en el que pedía el fin de las sanciones y su oportuno rechazo a participar en el ataque previsto por EE UU. Ni Sadam ni Clinton fueron los verdaderos ganadores, según explicaron los franceses, sino más bien Francia, que había conseguido el objetivo "de volver a poner el asunto en manos del Consejo de Seguridad". El que Kofi Annan informase a Chirac durante la cena antes de regresar a Nueva York para presentarse oficialmente ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas era prueba suficiente de ello.También en Roma hubo entusiastas alabanzas para la diplomacia de Kofi Annan pero, por extraño que parezca, el papel crucial de Chirac pasó inadvertido. En su lugar, un subsecretario explicó pacientemente en la Farnesina que el encuentro entre Prodi y Yeltsin celebrado días antes fue lo que había logrado verdaderamente la gran victoria para la paz. Cuando se hiciese público el acuerdo, todo el mundo comprobaría que refleja fielmente los puntos clave del comunicado entre Prodi y Yeltsin. Curiosamente, ese comunicado no llamó la atención en absoluto fuera de Italia y ni siquiera provocó un comentario pasajero por parte del Departamento de Estado de EE UU, aunque significaba un ataque frontal contra la política estadounidense. La conspiración de silencio se extendió incluso hasta la prensa estadounidense que, a pesar de su cobertura superdetallada de la crisis, no mencionó en ningún momento dicho comunicado. Las posibilidades de Prodi de ser reconocido como el arquitecto del acuerdo se vieron aún más socavadas por el hecho de no haber conseguido que Kofi Annan acudiese a un almuerzo de última hora en Roma en lugar de a una cena temprana en París.

A Anthony Blair no le preocupa lo que diga Chirac. Los diplomáticos británicos no se arriesgan a una pérdida de categoría por no haber conseguido que Kofi Annan fuese a cenar a Londres. Cedieron la épica batalla por ganarse el honor de haber dado de comer al secretario general a sus colegas franceses. En Londres, se explica que la diplomacia francesa se reduce actualmente a ese tipo de cosas: cuando ya no es capaz de conseguir nada sustancioso, su máximo objetivo es ahora intentar mantener la ilusión de que Francia sigue siendo influyente. Blair tampoco teme la competencia de Prodi porque sabe que lo que realmente determinó el resultado fue su gestión.

Después de haber quitado a los conservadores toda su política interior, incluidos los recortes de los subsidios de desempleo a largo plazo, Blair se dispuso a reclamar su último papel en la política británica como defensores de virtudes castrenses, siempre dispuestos a cargar con parte del trabajo duro. Enviando al Golfo un portaaviones primero y después otro, y unos cazabombarderos Tomado a Kuwait y Bahrain, Blair no sólo hizo frente común con la política estadounidense, sino que en realidad animó a Clinton a mantenerse firme ante Irak a pesar de la crisis Mónica. Fue una repetición muy de liberada de lo sucedido entre Thatcher y Bush en agosto de 1990, cuando la dama de hierro fue la que insistió en que había que liberar Kuwalt, aunque Bush se inclinaba originalmente a dejar que los árabes libraran sus propias batallas. El resultado fue que Kofi Annan contó con todo el respaldo militar de Gran Bretaña, así como con el de EE UU, cuando se reunió con Sadam Hu sein, lo cual le dio toda la fuerza que necesitaba para lograr el acuerdo.

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Por consiguiente, en esto es en lo que se ha convertido la política exterior en Europa. Los ministerios de Exteriores, establecidos en su día para perseguir intereses nacionales grandes y pequeños, se dedican ahora a hacer que parezca que siguen teniendo importancia, y a intentar desesperadamente participar en lo que esté pasando, sea lo que sea, aunque no se pueda ganar ni perder nada sustancial. Los jefes de Gobierno, que indudablemente tienen graves problemas que resolver en la política interior y que tienen un auténtico papel que desempeñar en los numerosos problemas sustanciales de la política interna de Europa, reaccionan ante crisis internacionales en las que no pueden influir intentando fingir que sus llamadas telefónicas, sus encuentros y sus comunicados tienen alguna relevancia. Hubo un tiempo en que se acusaba a los italianos de sacrificar cosas importantes por el bien de la Bella Figura. Ahora, todo el mundo lo hace.

Naciones Unidas desempeña un papel crucial en estos simulacros teatrales de política de grandes potencias. Tiene un secretario general con quien uno siempre se puede reunir para dar lugar a fotografias en las que el jefe de Gobierno aparece como político de talla mundial. Tiene un gran número de "enviados especiales" que están deseando ser agasajados en todas las capitales que aspiran a ser importantes. Tiene un Consejo de Seguridad que permite que los aspirantes se sienten al lado de los protagonistas. Y, cuando hay un conflicto que nadie quiere detener porque haría falta un verdadero combate para matar a los asesinos, Naciones Unidas proporciona sus soldaditos de plomo para que parezca que el mundo hace algo, cuando no hace nada. Los países que quizá podrían actuar eficazmente por su cuenta si estuvieran dispuestos a pagar el precio del combate, envían en vez de eso cascos blancos de Naciones Unidas para que sean fotografiados mientras merodean inútilmente.

La mayor parte de las veces, estos simulacros de política de poder no son más que tediosas comedias. En Yugoslavia provocaron una prolongada tragedia, ya que los impotentes "enviados especiales", las inútiles conferencias dé, paz y los montones de solados de plomo de Naciones Unidas sólo sirvieron para ocultar la urgente necesidad de utilizar la fuerza para detener la agresión.

En esta ocasión, el resultado no es ni la comedia ni la tragedia, sino un mero trámite. Aunque todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, incluidos Francia y Rusia, han votado a favor de resoluciones sucesivas que exigen a Irak que permita realizar inspecciones sin obstáculos en todo su territorio sin excepción, EE UU es el que está decidido a obligar a obedecer a Sadam Husein. Como consecuencia, se envió al Golfo un cuerpo expedicionario de modestas dimensiones para que llevase a cabo una campaña limitada de bombardeos que quizá podría destruir algunas de las instalaciones sospechosas y que, indudablemente, podría castigar al régimen atacando sus centros de mando. Para todo el ruido que armó el despliegue, las fuerzas de bombardeo eran y son muy reducidas: menos de 80 aviones de combate (cazabombarderos F-16, bombarderos ligeros F-117 para ataques furtivos, cazabombarderos pesados F-15E) en la base aérea de Jabir, en Kuwait, y en el aeropuerto de Sheik Isa de Bairein; tres "bombarderos estratégicos" B-1 y 14 B-52 en la base de la isla de Diego García; 48 cazabombarderos F-18 y 20 bombarderos ligeros A-6 en cada uno de los tres portaaviones nucleares; y menos de 800 misiles de crucero Tomahawk a bordo de ocho buques de guerra de la Armada de EE UU y dos submarinos nucleares. El resto de las fuerzas enviadas al Golfo, incluidos el avión cisterna A-10, así como una brigada de la Armada y una unidad de reconocimiento de la Infantería de Marina, deberían defender Kuwait en el caso poco probable de un contraataque iraquí sobre el terreno. ,

Como siempre, incluso una ofensiva aérea limitada requiere una colección de aviones de apoyo, incluidos rastreadores J-Star, estaciones aéreas de radar AWAC, tanques para repostar y aviones equipados electrónicamente para la guerra. También exige cazas de escolta por motivos de seguridad, aunque las Fuerzas Aéreas iraquíes apenas tienen cazas propios. Todas están presentes en la base de Incirlik, en Turquía, y en las bases aéreas de Prince Sultan y Al Karji, en Arabia Saudí. De esa manera, tanto el Gobierno turco como el saudí pueden seguir diciendo todo lo alto que quieran que no tendrá lugar ningún bombardeo desde su territorio mientras, al mismo tiempo, proporcionan a EE UU casi todas las instalaciones para las bases que necesita realmente. Las grandes y bien equipadas bases saudíes habrían sido indudablemente esenciales para un bombardeo a gran escala. Pero a pesar de alguna información deliberadamente confusa que circuló por los medios de co municación (al parecer hemos presenciado un primer intento de "guerra de la información"), la operación prevista por EE UU era y es sólo un ataque aéreo limitado, con menos de 1.000 pun tos objetivos distintos y menos de 2.000 armas de precisión des plegadas en total. La contribución británica fue muy bien recibida políticamente, pero totalmente insignificante en términos militares: menos de 20 Tornados GR-1 en Kuwait y Bahrein, dos miniportaaviones con menos de 20 aviones de combate ligeros Harrier que carecen de la capacidad para penetrar en la región central de Irak que contiene prácticamente todos los objetivos de interés.

El equipo de política exterior de la Administración de Clinton formado por Albright, Cohen y Berger estaba dispuesto a atacar, pero Clinton tenía sus dudas. Nunca muy centrado en política exterior en el mejor de los casos, Clinton estaba y está muy distraído por el escándalo Mónica que todavía puede obligarle a abandonar la Casa Blanca. Además, la opinión pública estadounidense no se mostró precisamente entusiasta. Junto a una escasa pero ahora muy televisada minoría opuesta al uso de la fuerza contra, Irak, hay una clara mayoría -superior a un 65% - que está a favor de una ofensiva sin reservas -para destruir el régimen iraquí de una vez por todas y que no ve el mérito de meras "puyas".

En ese contexto, Clinton deseaba fervientemente que Kofi Annan fuese a Bagdad. Sin embargo, había truco. En realidad, no podía negociar. Lo único que podía hacer era reiterar la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en la que se solicitan inspecciones sin obstáculos de todas las instalaciones de Irak. Si Sadam seguía negando el acceso a los ocho llamados "palacios presidenciales", incluido uno que contiene 700 edificios distintos, sería bombardeado. Ése es el mensaje que Kofi Annan llevó a Bagdad: un cartero podría haber hecho lo mismo.

En el transcurso de los acontecimientos, Sadam obtuvo una concesión sin un ápice de contenido: los "palacios" serían inspeccionados por los equipos de UNSCOM acompañados de diplomáticos, una medida que es de prever vuelva más lentas las inspecciones y que prolongue aún más el embargo impuesto a Irak provisionalmente. Eso fue suficiente para que Sadam anunciase a su pueblo que había ganado una gran victoria histórica ante el imperialismo estadounidense, y para que decretase un nuevo día de fiesta ("el día de la bandera") para celebrarlo, pero, por supuesto, nada puede evitar que Sadam proclame victorias. Hizo lo mismo inmediatamente después de ser expulsado de Kuwait.

En este punto, incluso el flexible Clinton ha llegado a un límite. Aunque le es indiferente la charla de París o los vítores de Bagdad, ha dejado claro que, si hay más interferencias en la labor de los inspectores por parte de Irak, EE UU empezará a lanzar bombas sin más advertencias y sin consultas a los aliados que están perdiendo el tiempo -no hace falta consultar a los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas porque sus resoluciones previas ya autorizan el uso de la fuerza contra Irak-. La próxima vez, el cartero, si es que hay alguno, será un misil de crucero.

Edward N. Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.

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