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Reportaje:

Los hombres más impopulares de Bagdad

La actitud de los inspectores de la ONU levanta críticas entre la población y en la reducida colonia occidental

ENVIADO ESPECIAL

Los hombres más impopulares de Bagdad son los 120 técnicos en desarme de Naciones Unidas. Son un grupo selecto de funcionarios que viven alejados del resto de sus compañeros, encerrados en una verdadera caja fuerte, con la única misión de localizar las armas de destrucción masiva. En poco menos de siete años este equipo de expertos ha batido dos récords: granjearse las antipatías de los iraquíes, pero también de la reducida colonia occidental. Todos coinciden en acusarlos de actuar como fanfarrones, despreciando y vulnerando cualquier regla, incluso las mínimas de educación. Es el síndrome del cow-boy.

La imagen de los hombres de la Comisión Especial de Naciones Unidas (Unscom), encargada del desarme, estará permanentemente vinculada a ese viejo albergue de tres estrellas pintado en blanco y azul que antaño fue la escuela oficial de hostelería de Bagdad, regentada por profesores españoles. Hoy el hotel Canal se ha convertido en el cuartel general de las fuerzas y empleados de la ONU en Irak. El hotel Canal es un sencillo edificio de tres plantas rodeado por múltiples alambradas y vigilado por decenas de cámaras de televisión que se encuentra en uno de los extremos de la ciudad, al pie de una carretera, muy cerca del Ministerio de Defensa y a las puertas de ese inmenso basurero humano que es el suburbio Ciudad de Sadam. En su interior, el hotel Canal es mucho más complejo. En el edificio conviven los 400 funcionarios internacionales de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de la Ayuda Humanitaria (Unohci) con los 120 técnicos de la Unscom. Viven en pisos y tienen objetivos separados. Mientras los de la ayuda humanitaria ocupan la primera planta y se encargan de distribuir productos farmacéuticos y alimentos por todo el país, los técnicos en armamento se han encerrado en la planta superior, entre rejas y alarmas, en una verdadera caja fuerte. Las misiones de los hombres de la Unscom son secretas, pero sus vidas son demasiado públicas. Así lo ha reconocido uno de sus responsables, quien ha atribuido la mala prensa de los funcionarios en general a un pequeño grupo de vociferantes aviadores. Las inesperadas confesiones de un responsable de Naciones Unidas en Bagdad han sido consideradas en medios diplomáticos como un acto de contricción, con el que se trata de pedir perdón público, pero sobre todo ha sido una reflexión general sobre la necesidad de modificar comportamientos y de tratar de ofrecer, al menos de puertas a fuera, una mejor imagen. "No se puede arrojar la basura al patio del vecino", recalcaba enigmáticamente el portavoz arrepentido, mientras aludía a un grave y misterioso conflicto provocado hace nueve meses por el personal del aire chileno y que determinó que las autoridades iraquíes bloquearan durante bastante tiempo sus equipajes en los andenes de salida del aeropuerto de Bagdad, ante la sospecha de que en el mismo pudiera encontrarse productos de contrabando. Los expedicionarios de la aviación chilena, un grupo compuesto por 10 pilotos y otros 31 técnicos entre mecánicos, personal auxiliar y especialistas sanitarios, todos ellos al mando del comandante Carlos Salazar, de 49 años, natural de Santiago, niegan todas estas acusaciones y aseguran haberse convertido en el chivo expiatorio de un problema mucho más grave y antiguo. La borrasca pública desencadenada sobre el grupo de aviadores chilenos es una anécdota, confirman fuentes diplomáticas, mientras aseguran que detrás de este pequeño escándalo se esconde la transgresión de todo tipo de reglas, empezando por las propias del embargo aéreo impuesto por Naciones Unidas, que es reiteradamente vulnerada por los propios hombres de la Unscom. "Cada vez que se van de vacaciones a Chipre lo hacen en sus aviones, mientras nosotros nos vemos obligados a salir por carretera empleando más de doce horas", asegura un diplomático occidental. La lista de quejas es interminable, pero las acaban resumiendo en este supuesto e indefinido "abuso de autoridad". En el lenguaje de las calles de Bagdad, es el síndrome de superioridad del cow-boy. La situación no es nueva. La responsabilidad viene de arriba del propio jefe de la Unscom, el australiano Richard Butler, un controvertido diplomático que acostumbra en los salones de Nueva York a hacer comentarios despectivos sobre Irak. Cuando viaja a Bagdad vive encerrado en su caja de marfil, permanentemente custodiado por cuatro hombres de seguridad, olvidándose quizás de ese informe que él mismo envió a la ONU hace seis meses, cuando se hizo cargo de su puesto, y en el que afirmaba que uno de sus principales objetivos sería el de crear un "nuevo espíritu de cooperación" con los iraquíes. En eso también ha fracasado.

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